La formidable extravagancia de una dama de Teotihuacán

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Por: Alec Forssmann.

La mujer de Tlailotlacan, quien vivió en la segunda mitad del siglo IV, tenía el cráneo intencionalmente deformado y una sonrisa desconcertante…

Entre los años 350 y 400, durante la segunda mitad del siglo IV, Roma dejó de perseguir a los cristianos y, por otro lado, los pueblos germánicos comenzaron a instalarse en las fronteras del Imperio romano.

En la remota Mesoamérica vivió su apogeo Teotihuacán, una ciudad sagrada, monumental y cosmopolita. Nativos y foráneos hormigueaban por sus calles, entre ellos una mujer opulenta y extravagante, procedente de las tierras del sur.

Su atuendo era llamativo, tenía el cráneo intencionalmente deformado y una sonrisa desconcertante: incrustaciones de pirita en los incisivos centrales superiores y una prótesis de serpentinita, de color verde, en los incisivos centrales inferiores.

Pocos esqueletos de Teotihuacán presentan tantas modificaciones corporales como el de la mujer de Tlailotlacan, bautizada así porque fue hallada en dicho barrio de la ciudad sagrada, también conocido como Barrio Oaxaqueño, donde residía la gente de las tierras lejanas. Esta mujer de la élite falleció a los 35-40 años de edad y fue enterrada en una tumba rectangular, rodeada por una magnífica ofrenda de 19 vasijas. El Instituto Nacional de Antropología e Historia de México ha estudiado sus restos recientemente, unos 1.600 años después de su muerte.

La mujer de Tlailotlacan tenía la cabeza ahuevada, un signo de distinción y belleza de la época, que se lograba mediante una comprensión muy extrema de los lóbulos frontal y occipital, una deformación craneal que era típica del sur de Mesoamérica, según el antropólogo físico Jorge Archer Velasco. Las incrustaciones de pirita en los incisivos centrales superiores se hicieron con la ayuda de un taladro u otro instrumento semejante, una técnica que se ha documentado en los asentamientos mayas de Petén y Belice. La prótesis de serpentinita resulta aún más sorprendente, pues tiene forma de incisivo y al parecer es de factura foránea. La mujer debió de utilizarla durante un largo período porque muestra desgaste y evidencia de formación de sarro.

“La pieza está siendo analizada para saber si se fijó mediante algún tipo de cementante o con una fibra que la sujetaba a la mandíbula”, detalla Archer Velasco. Los excavaciones arqueológicas realizadas en los últimos años permiten visualizar los procesos de integración de la población foránea en Teotihuacán y confirman el carácter cosmopolita de esta ciudad, que “dio cabida a población diversa que no llegaba necesariamente en calidad de servidumbre, sino también ostentando títulos de poder”, señala Verónica Ortega, subdirectora de la Zona Arqueológica de Teotihuacán.

 

Tomado de: http://www.nationalgeographic.com.es/historia/actualidad/formidable-extravagancia-dama-teotihuacan_10529/1

La mujer de Tlailotlacan, quien vivió en la segunda mitad del siglo IV, tenía el cráneo intencionalmente deformado y una sonrisa desconcertante…

Entre los años 350 y 400, durante la segunda mitad del siglo IV, Roma dejó de perseguir a los cristianos y, por otro lado, los pueblos germánicos comenzaron a instalarse en las fronteras del Imperio romano. En la remota Mesoamérica vivió su apogeo Teotihuacán, una ciudad sagrada, monumental y cosmopolita. Nativos y foráneos hormigueaban por sus calles, entre ellos una mujer opulenta y extravagante, procedente de las tierras del sur. Su atuendo era llamativo, tenía el cráneo intencionalmente deformado y una sonrisa desconcertante: incrustaciones de pirita en los incisivos centrales superiores y una prótesis de serpentinita, de color verde, en los incisivos centrales inferiores. Pocos esqueletos de Teotihuacán presentan tantas modificaciones corporales como el de la mujer de Tlailotlacan, bautizada así porque fue hallada en dicho barrio de la ciudad sagrada, también conocido como Barrio Oaxaqueño, donde residía la gente de las tierras lejanas. Esta mujer de la élite falleció a los 35-40 años de edad y fue enterrada en una tumba rectangular, rodeada por una magnífica ofrenda de 19 vasijas. El Instituto Nacional de Antropología e Historia de México ha estudiado sus restos recientemente, unos 1.600 años después de su muerte.

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