Paraíso de la biodiversidad, este país encajado entre dos océanos y surcado por volcanes y selvas lleva décadas apostando por la protección de su patrimonio natural.
Cada vez que viajo a Costa Rica dedico un rato a visitar dos excepcionales museos en San José, el del Oro Precolombino y el del Jade. Escojo únicamente una sala, dos a lo sumo; a veces tan solo una pieza, tal es la densidad de las colecciones expuestas. Las figuras de animales son las representaciones más frecuentes, tanto talladas en jade como elaboradas con una aleación de oro, cobre y plata, llamada tumbaga. Estas delicadas piezas reflejan la cosmogonía de los pueblos indígenas, que hallaban en la naturaleza que los rodeaba la explicación a la vida y la muerte. Así, algunas aves cumplían el papel de psicopompos, seres que conducían a las almas de los difuntos; los murciélagos eran creadores de la Tierra por la fertilidad de sus excrementos; las mariposas, reencarnaciones femeninas; las ranas estaban relacionadas con la formación del mar y el cuidado de los cuerpos en los ritos funerarios; los lagartos actuaban como protectores y guías del camino…
ANIMALES QUE VALEN MÁS QUE EL ORO
En 1948, el país decidió prescindir del ejército e invertir el dinero en educación, de manera que las generaciones futuras tuvieran herramientas para proteger su más preciado patrimonio: la naturaleza. Ese trabajo iniciado décadas atrás ha hecho de Costa Rica un referente mundial en sostenibilidad y conservación de la fauna, un destino en el que los animales de oro y jade de los museos pueden observarse en la naturaleza.
EXPLOSIÓN NATURAL
Salgo de San José por el Valle Central en dirección a la Sierra de Tilarán, uno de los cuatro sistemas montañosos, junto a las cordilleras Central, de Guanacaste y de Talamanca, que forman el eje volcánico del país. La ruta recorre a ratos extensas plantaciones en las que se cultiva uno de los cafés más apreciados del mundo. La carretera que hoy sube hasta Monteverde ya no es aquel trazado de barro y socavones, plagado de curvas y desfigurado a capricho de las lluvias que tuve que padecer en mis primeros viajes. El asfalto ha reducido mucho el tiempo de trayecto, pero la sensación de asombro sigue siendo la misma a medida que se va ganando altura y se penetra en las nubes.
MONTEVERDE, HISTORIA DE CONSERVACIÓN
En el año 1951, la llegada de los cuáqueros desde Alabama supuso un punto de inflexión en la historia y la conservación de Monteverde, uno de los más valiosos ejemplos de bosque nuboso, un ecosistema muy frágil, expuesto a un gran riesgo por el cambio climático. Esas tierras fueron colonizadas a principios del siglo XX a golpe de machete, deforestando grandes extensiones para poder plantar maíz, frijoles y tubérculos. Décadas después los cuáqueros, de convicciones pacifistas, llegaron huyendo del alistamiento obligatorio en el ejército de Estados Unidos, y hallaron aquí un clima fresco y pastos para su principal actividad, la producción lechera.
Por aquella época Monteverde empezaba a llamar la atención de algunos científicos, entre ellos George Powell, que estaba elaborando una tesis doctoral sobre aves. Su encuentro con el cuáquero Wilford «Wolf» Guindon resultó clave, pues de sus charlas salió la idea de conseguir fondos para comprar tierras y protegerlas. Aquella iniciativa dio lugar a la fundación de la Reserva Biológica Bosque Nuboso de Monteverde y a la Liga de Conservación. Wolf Guindon trabajó como jefe de seguridad en ambos proyectos, aplicando sus creencias pacifistas en sus encuentros con cazadores furtivos: nunca llevaba armas y se enfrentaba a ellos de manera respetuosa y con grandes dosis de humor.
EN BUSCA DEL SAGRADO QUETZAL
Los senderos que se adentran en el bosque nuboso están tapizados de hojas caídas, con las plantas epífitas cubriendo ramas y piedras: helechos, bromelias, orquídeas, musgos y líquenes no dejan un solo centímetro de suelo libre. El sonido del goteo incesante se mezcla con el canto de numerosas aves. Durante un corto paseo veo un halcón montés chico dando buena cuenta de un roedor, un momoto diademado, un trogón acollarado de vivos colores y la joya de la corona, una de esas aves por las que merece la pena emprender un viaje: el quetzal. Para la mayoría de culturas mesoamericanas el quetzal era un animal sagrado, considerado símbolo de vida, fertilidad y abundancia.
LIBERIA, LA CIUDAD BLANCA
Por otro lado tenemos a los sabaneros, los vaqueros de las haciendas ganaderas, a los que se les suele ver montados a caballo. El Museo Regional del Sabanero en Liberia, la capital provincial, rinde homenaje a estos hombres que desde muy temprano preparan el ganado para conducirlo hacia los potreros. Liberia es conocida como la «Ciudad Blanca» por el color predominante de las casas coloniales de la calle Real, que fueron construidas a finales del siglo XIX y principios del XX con «bahareque», un entramado de palos, cañas y barro.
EL PRIMER CONTACTO CON GUANACASTE
Dejamos atrás la ciudad de Liberia para llegar al Parque Nacional Rincón de la Vieja, pieza esencial del Área de Conservación Guanacaste (ACG), un corredor biológico que integra hasta cuatro ecosistemas (marino-costero, bosque tropical seco, bosque tropical lluvioso y bosque tropical nuboso) y que fue declarado Patrimonio Mundial por la Unesco en 1999.
Las comunidades próximas al parque están plenamente involucradas en la educación medioambiental del visitante y son las encargadas de proveer los guías para explorar los dos sectores de la reserva, Las Pailas y Santa María. Caminando por las pasarelas de madera resulta inevitable sentir en todo momento la presencia del volcán que da nombre al parque. Fumarolas, aguas mineromedicinales y pailas (piscinas de lodo hirviente) demuestran de forma convincente que el Rincón de la Vieja es uno de los cinco volcanes activos del país.
LA PERFECCIÓN HECHA VOLCÁN
El viaje continúa por la carretera que bordea el lago Arenal, un gran embalse artificial que sirve de espejo al volcán homónimo. Es el más perfecto de Costa Rica, el que mejor responde al dibujo esquemático de un triángulo equilátero. Tras 50 años de gran actividad en los que las coladas de lava no paraban de descender por sus laderas, el Arenal entró en una fase de descanso en el año 2010, aunque todavía se producen ocasionales emisiones de gas y vapor de agua.
La zona del Parque Nacional Volcán Arenal alberga una biodiversidad extraordinaria. Entre las especies vegetales más curiosas están el guayabo, un árbol raro de encontrar fuera de espacios protegidos debido al elevado valor de su madera, el higuerón y el guarumo. Y entre los animales, además del Cacique de Moctezuma, ave de hermoso canto popularmente conocida como oropéndola, destaca la vistosa bocaracá o crótalo cornudo de Schlegel, una serpiente cuya coloración varía del verde intenso al amarillo brillante y las tonalidades oscuras.
ENTRE ANIMALES EN SARAPIQUÍ
La ruta va dejando atrás el paisaje volcánico para ir acercándose al Caribe. A medio camino hago una parada en Puerto Viejo de Sarapiquí, una de las zonas más húmedas de Costa Rica, para disfrutar de la observación de aves como el guacamayo ambiguo. La lapa verde, nombre que dan por allí a esta vistosa ave, es solo una de las más de 500 especies que habitan la zona, pero es la más emblemática por el empeño que se puso para que no desapareciera por culpa de la tala del almendro de montaña, su principal alimento y refugio. Se consiguieron patrocinadores que compraran los árboles, y se pagó a los dueños de las fincas un precio más alto del que podían obtener por la venta de la madera.
EL ESPECTÁCULO DESDE EL AGUA
Navego por los ríos Puerto Viejo y Sarapiquí a bordo de una embarcación sin motor, con el fin de estar lo más cerca posible de los animales. La salida es al amanecer, todavía entre brumas. El avetigre mexicana delata su presencia con su característica voz ronca, un caimán de anteojos retoza en el fango ajeno a la presencia de la barca, mientras un grupo de tortugas negras salta al agua desde el árbol caído en el que toman el sol. Los vistosos trogones y varias clases de tangaras son aves que se ven con cierta facilidad, pero hay que tener un poco de suerte para encontrarse con la tigana, también conocida como «ave sol» por el patrón de sus alas: cuando las despliega en forma de abanico, para volar o como estrategia de defensa de sus polluelos, deja a la vista unos ocelos que componen un imbricado diseño.
Y, AL FIN, TORTUGUERO
La parte norte del Caribe costarricense es la más salvaje de los poco más de 200 km que tiene este litoral. En el muelle de La Pavona me subo a una pequeña embarcación que me conduce hasta el Parque Nacional Tortuguero. Inaccesible por tierra, solo hay dos maneras de llegar a esta reserva natural: navegar por una enrevesada red de canales o bien acceder con un vuelo en avioneta.
De las cinco especies de tortugas marinas que anidan en Costa Rica, cuatro lo hacen en Tortuguero. Entre los meses de marzo y octubre, tortugas de las especies verde, carey, cabezona y baula –más de 100.000 ejemplares de esta última– llegan a las playas de Tortuguero para desovar, haciendo un esfuerzo supremo por no extinguirse. Las playas permanecen cerradas entre las seis de la tarde y las seis de la mañana; en las primeras horas de la noche, guías especializados conducen las actividades de observación, siempre a una distancia prudencial e iluminando la escena con luces rojas porque son las únicas que no molestan a las tortugas.
LA NECESARIA LABOR DE PROTEGER LAS TORTUGAS
Al sur de Tortuguero hay otro importante espacio de desove para las tortugas, la Reserva Pacuare, también accesible únicamente en barca. A vista de pájaro la imagen de Pacuare es la esencia de Costa Rica: mar, selva y los volcanes como telón de fondo. Mientras que Tortuguero tiene las mejores infraestructuras turísticas de la mitad norte del litoral caribeño, esta reserva ofrece un alojamiento austero, en pequeñas cabañas con camastros protegidos por telas mosquiteras. A cambio se tiene la oportunidad de seguir la labor de los científicos que trabajan en esta estación de investigación. Desde muy temprano los biólogos recorren la playa en busca de rastros de tortuga y, si ha habido puesta, reubican los huevos en lugares controlados para ponerlos a salvo de depredadores, entre ellos los humanos. Durante mucho tiempo, además de recolectarlos como alimento, la población local también atribuía a los huevos de tortuga propiedades afrodisiacas. Cuatro décadas después de la puesta en marcha de la estación de la Reserva Pacuare, el porcentaje de huevos saqueados, que rondaba el 95%, se ha invertido.
La gran amenaza ahora es el cambio climático, que está influyendo negativamente en el nacimiento de tortugas. El incremento de la temperatura media afecta de dos formas: si la arena se calienta mucho, los huevos se cuecen; si sobreviven, puede que nazcan más hembras que machos y eso llevaría al desequilibrio de la especie. Los científicos usan la frase «Hot chicks, cool dudes» para explicar que la temperatura determina el sexo de las tortugas.
LA COSTA RICA CARIBEÑA
El paisaje se suaviza hacia el sur del Caribe y, a partir de Limón, encontramos las mejores playas. Después de conocer las del norte, más salvajes y con muchos tramos acotados por ser zonas de desove de tortugas, resulta todo un cambio llegar a Puerto Viejo de Talamanca, una animada localidad con chiringuitos donde suena música calypso. Aquí hallamos el Caribe de postal, con playas en las que la vegetación alcanza la orilla, palmeras, arena blanca y aguas de color turquesa. Las de Cocles, Chiquita, Punta Uva y las del Refugio de Vida Silvestre Gandoca-Manzanillo son las playas más impresionantes.
Al norte de Puerto Viejo de Talamanca, el Parque Nacional Cahuita protege un arrecife de coral de gran valor en el que se realizan salidas guiadas de snorkel que permiten ver especies tan llamativas como el pez loro azul o el pez ángel.
TODOS LOS COLORES DE IRAZÚ
De regreso a San José, la capital, atravieso la Cordillera Volcánica Central. Su mayor emblema es el volcán Irazú, que con 3432 m sobre el nivel del mar es el más alto de Costa Rica, además de uno de los más espectaculares y de acceso más fácil. Siempre que paso por esta zona voy en busca de la laguna verde esmeralda que se forma en uno de los cráteres, aunque el color y el nivel del agua no siempre es tan intenso porque depende de los ciclos de lluvia y de los desprendimientos. Los días despejados, desde la cumbre del Irazú se pueden ver las dos orillas de Costa Rica, dando una precisa idea del tamaño del país y de la inconmesurable diversidad natural que encierra.
Recuperado de: National Geographic (2021).