Hace más de 50 años que se extinguió el último toromiro de la isla. No solo se perdió una especie nativa de la zona, su madera fue usada históricamente para tallar figuras simbólicas de la cultura, que se acabaron cuando la gente taló e incluso sacó las raíces hasta terminar con la planta. Una serie de proyectos han intentado reinsertar al árbol en Rapa Nui, pero ninguno ha tenido éxito. Hasta ahora.
El Rano Kau es uno de los paisajes más imponentes de Rapa Nui. Es el volcán más grande de la isla, con un impresionante cráter de un kilómetro de diámetro. Visitarlo implica aprender a escuchar el silencio, que es interrumpido solo por el viento y el lejano ruido de las olas. Eso para quienes lleguen hasta el borde del cráter, porque las sorpresas están en el fondo.
O estaban hasta hace algunos años. El último árbol de toromiro en estado silvestre fue visto al interior del volcán Rano Kau.
Un árbol particular
El primer testimonio escrito del toromiro es del naturalista y etnólogo Georg Forster, a finales del siglo XVIII. Forster fue parte de la segunda expedición alrededor del mundo de James Cook, y en esa ocasión conoció la planta. La describió como un pequeño arbusto, que crecía hasta una altura de tres metros en grandes masas boscosas. El Sophora toromiro —nombre científico de este árbol— era pequeño, con hojas de unos 45 centímetros y unas flores amarillas.
¿Dónde se podía encontrar el toromiro? En todo Rapa Nui.
Eso hasta que en el siglo XII comenzó la colonización polinésica y hubo un drástico crecimiento de la población en la isla. Una de las consecuencias fue la degradación de la vegetación natural. En 1886 terminó el proceso de degradación del toromiro, cuando colonos europeos introdujeron conejos, cerdos, caballos, ovejas y ganado. La voracidad de 20.000 ovejas dañó el ecosistema. Fue el comienzo del fin del toromiro en Rapa Nui. Los pocos árboles que quedaban de la especie terminaron siendo talados por una de las mayores amenazas a las que se enfrenta una especie en extinción: el ser humano. La gente fue sacando madera para tallar. Sacaron incluso las raíces.
El último toromiro que sobrevivía en estado natural crecía en las laderas interiores del cráter del volcán Rano Kau. Fue derribado en 1960.
La leyenda del moai Kava Kava
Cuenta la leyenda que el primero que los vio fue el hijo mayor de Hotu Matu’a, el primer rey de Rapa Nui. Tu’u Koihu caminaba por la isla en medio de la noche cuando se encontró con dos espíritus —Aku aku, en idioma rapanui— dormidos frente a él. Eran dos cuerpos esqueléticos, que espantaron al entonces rey rapanui. Salió corriendo, pero los aku aku lo sintieron y lo siguieron por miedo a que el rey dijera lo que había visto. Aún cuando lo negó, lo vigilaron dos días y dos noches. Una vez libre de los espíritus, el rey talló las dos figuras de los aku aku que había visto. Las talló en madera, pero no en cualquiera. Lo hizo en Toromiro.
Ese fue, según la tradición, el origen de los famosos Moais Kava Kava (“estatuas con costillas”), que son representaciones de los espíritus del otro mundo. Cuando una persona rompía un “tapu” —norma sagrada—, al morir su alma deambulaba en forma de Aku aku. Las figuras se tallaban en la madera dura y de color rojizo de toromiro por los mismos isleños, quienes las colgaban en la puerta de sus casas, del lado de adentro, para espantar a los malos espíritus.
Pero ni siquiera las tradiciones ancestrales rapanui pudieron salvar al toromiro. La sobreexplotación de su madera para tallados también fue una de las causas de su desaparición. Luego de la tala del último árbol, la especie quedó identificada como “probablemente extinta”, en 1978. Y en 1994 se registró como extinta en estado silvestre. Es decir, que ya no se encuentra en la naturaleza. Lo que no quiere decir que no exista.
El milagro del Toromiro
1960. Ese fue el año en que se acabó la historia del toromiro, al menos en Rapa Nui, cuando talaron el último árbol. Sin embargo, gracias a la recolección de semillas de este último ejemplar, se logró que sobrevivieran algunas plantas, aunque solo en colecciones privadas y jardines botánicos. Uno de ellos es el Jardín Botánico de Viña del Mar, donde el primer toromiro plantado allí dio numerosas semillas antes de morir, en 1999.
Los intentos por reintroducir esta planta a su hábitat natural datan de 1965. Desde entonces, han habido múltiples pruebas, pero la mayoría de ellas ha fracasado. El cultivo en la isla no es fácil. Además de la tala sin control del toromiro, también las actividades de los habitantes de Rapa Nui degradaron las condiciones naturales que hacían posible el desarrollo de la planta. El toromiro es una especie sensible, que crece muy lento y que requiere de un suelo húmedo y materia orgánica para poder hacerlo. Depende de su entorno para vivir. Por ejemplo, de los árboles, los que protegían a los toromiros tanto de la radiación como del viento.
Fue en el año 1990 cuando un empresario decidió donar 400 ejemplares a la isla. Se entregó uno por cada casa en Rapa Nui. Las plantas eran monitoreadas por Conaf. Hace tres años murió la última.
Casi medio siglo después de la tala del último toromiro, la entrega de seis ejemplares de la casi extinta especie fueron el germen de lo que hoy podría significar su recuperación. En 2006, el Jardín Botánico de Viña del Mar se las entregó a CMPC para iniciar un programa de conservación. Con técnicas de horticultura, cultivo, injertos y generación de semillas se ha trabajado en viveros. Uno de los primeros réditos ocurrió cuando Jaime Espejo —ingeniero forestal y consultor de CMPC— logró la reproducción por clonaje del toromiro. Las semillas se cultivaron en uno de los invernaderos de la empresa, en Los Ángeles, y luego, en abril de 2012, los clones fueron plantados en la Reserva Nacional Lago Peñuelas. Así nació el primer semillero clonal de toromiro. Lamentablemente, los clones sucumbieron al ecosistema isleño cuando se trató su reintroducción en la isla.
Sin embargo, se desarrollaron otras 3.500 plantas de toromiro que se quedaron en Peñuelas. De ellas, hoy solo quedan 170. Las únicas que resistieron el tiempo y las condiciones climáticas. Aunque la mayoría de estos ejemplares están casi secos.
El trabajo de investigación del toromiro se ha extendido por más de una década. Hoy, CMPC apoya a la Universidad de Concepción, la Corporación Nacional Forestal (Conaf) y otras entidades que están investigando la reintroducción de la plata. Entre ellas están la Universidad Lincoln y la Universidad de Murdoch.
Durante 2018 se instalaron ensayos de plantas inoculadas con la materia orgánica que permite su crecimiento.
Actualmente, Conaf en Rapa Nui tiene 78 ejemplares de toromiro. 60 de ellos están en el cráter del Rano Kau, donde estuvo el último toromiro, y otros 18 se encuentran en un vivero. Aunque en la isla están a la espera de una nueva camada.
“En Mataveri estamos preparando un huerto para poder tenerlos a la intemperie”, explica Ninoska Huki, Jefa Provincial de Conaf Isla de Pascua. “Tuvimos que cercar un perímetro y se plantaron algunos árboles nativos para que protejan los futuros toromiros. Este es un experimento nuevo: estos toromiros tienen la raíz fortalecida y nosotros tenemos que hacerlos crecer. Del viaje anterior no sobrevivió ninguno. Esperamos ahora que sobrevivan ahora más individuos”.
¿Cuál es el objetivo de los investigadores hoy? Encontrar las mejores cepas de toromiro. ¿Por qué? Al parecer, todas las semillas de los pocos ejemplares que quedan de toromiro vienen de una única planta, la última que se vio en el cráter del volcán Rano Kau. ¿Cómo esto afecta su reintroducción? En simple, el perfil genético para reproducir la planta es escaso.
El último árbol de toromiro en estado silvestre, que nació, creció y fue talado al interior del volcán Rano Kau, puede significar la recuperación de la especie.