Arquitectas cubanas de todos los tiempos

Clínica Asclepios, 17 y Paseo, El Vedado, obra de Margarita E. del Pozo y Seglie, con mural de Rolando López Dirube. Pinterest

A diferencia de los artistas plásticos, músicos, bailarines, cineastas y escritores, en Cuba los nombres de los arquitectos casi nunca se mencionan y, menos aún, los de las arquitectas.

A pesar del deterioro que aqueja el fondo construido de las ciudades cubanas, es evidente el valor excepcional de sus inmuebles, entre los que perviven numerosos testigos de todos los estilos y períodos históricos de los últimos 500 años. Destaca en nuestras calles la variedad y cantidad de edificios que exponen una riqueza de elementos formales, ornamentos y sistemas constructivos de alta calidad estética y constructiva. Pero destaca también nuestra desmemoria respecto a las mentes que generaron esos diseños e hicieron que nuestra arquitectura tuviera un espacio remarcable en Latinoamérica.

Es habitual escuchar y reconocer los nombres de artistas de la plástica cubana en los espacios culturales y en los medios de comunicación, también de los músicos, bailarines, cineastas y literatos; aunque todavía debiera hablarse más de ellos, particularmente en todos los niveles de enseñanza. No obstante, de los que no se habla casi nunca fuera de su gremio, es de los arquitectos. Muy pocos cubanos están familiarizados con su labor, y son capaces de identificar el nombre de quienes idearon algunos de los edificios que cruzan cada día a su paso. Esto zanja, ¡cómo no! la devaluación de una profesión cardinal para el desarrollo urbano, y junto a las fuertes limitaciones legales que tiene su ejercicio hoy en Cuba, ampara los disparates que vemos acontecer con el patrimonio construido y con la obra nueva.

Si los arquitectos han devenido talentos anónimos a la fuerza, aún más lo son las arquitectas. Mucho contribuyó su lenta incorporación a la profesión, producto de los preceptos sociales que hasta muy entrado el siglo XX diferenciaron el rol masculino del femenino. Pero esa postura se ha superado hace ya bastante tiempo para que aún sustente el olvido, y comencemos a reconocer la impronta que han dejado en nuestro entorno construido.

Lógicamente, durante el periodo colonial no hubo arquitectas. Siendo una profesión de hombres, ninguna mujer sería autorizada además para viajar al extranjero a cursar los estudios que no existían en la Universidad de La Habana. La carrera de Arquitectura inició en 1900 con la creación de la Escuela de Ingenieros, Electricistas y Arquitectos, perteneciente a la Facultad de Letras y Ciencias. Sin embargo, no fue hasta 1922 que matriculó la primera mujer. Esta fue la habanera María de la Concepción Bancells y Quesada (n. 1903), graduada en 1934, aunque no ejerció hasta 1938. De esta pionera se dice que construyó unas 200 obras, aunque no se ha podido identificar ninguna con su firma.

El lento camino que llevó a incluir a la mujer en el mundo de la arquitectura tuvo un punto de inflexión en la década de 1940, cuando se hizo recurrente en las revistas de la época el reconocimiento a diseños de arquitectas cubanas. La mayoría radicaba en La Habana. Así lo constatan las páginas de estas publicaciones que, hacia 1959, mencionan 75 arquitectas en la capital y solo siete en el resto del país. La visibilidad que tuvo su labor vino acompañada del reconocimiento del gremio, lo que llevó a que por ejemplo, la placeteña Acelia María del Carmen Callón Reina (n. 1923) graduada en 1949, ocupara en 1951 el cargo de arquitecto municipal de Santa Clara.

Aunque incursionaron en todos los lenguajes arquitectónicos en boga, la obra más conocida de las arquitectas cubanas está asociada al Movimiento Moderno que, como hijas de su tiempo, abrazaron y desarrollaron con maestría. Las páginas de reconocidas revistas como Arquitectura y Urbanismo, exhiben muchísimas viviendas modernas de excelente diseño que de conformar catálogo, reuniría magníficos exponentes de vivienda individual y edificios de apartamentos de los repartos en expansión y completamiento como El Vedado, Nuevo Vedado, Miramar, Kohly, Siboney, La Víbora y Altahabana.

En este espacio sería oportuno mencionar algunas de estas mujeres que, además, tuvieron a su cargo el diseño de edificios públicos bastante reconocidos. Muchas de ellas se graduaron en la década de 1940. La mayor, que ingresó a la universidad con 34 años, fue Sara María Lilliam Mederos y Cabañas (n. 1899). Graduada en 1941, en sus primeros años de oficio proyectó la sede del Lyceum and Lawn Tennis Club, en Calzada y 8, precioso edificio moderno que acogió múltiples conciertos, exposiciones de arte, la prestigiosa biblioteca de la institución y la primera biblioteca juvenil del país. Hoy es la Casa de Cultura de Plaza.

Muy reconocida en su tiempo fue Elena Pujals Mederos (n. 1913), también graduada en 1941. Además de ser la única mujer profesora de Arquitectura durante la República, fue autora de magníficos inmuebles como la sede del American National Life Insurance Co. (1946), en Egido y Apodaca. Su elegante fachada curva saca provecho del lote de esquina para exhibir la limpieza formal del streamline y recabar la atención sobre el logo de la compañía en la testera. Lamentablemente, hoy está muy subdividido para dar espacio a distintas funciones (escuela, pescadería, almacén, farmacia), que no contribuyen a su debido uso y cuidado.

De la misma promoción que estas dos fue Gabriela J. Menéndez García (n. 1917), tal vez la arquitecta que más ha trascendido de la República. Su firma estaba unida a la de su marido, Nicolás Arroyo, pues juntos constituyeron uno de los más famosos estudios de arquitectura de la capital. Entre las obras que llevaron a cabo, vale la pena mencionar: el cine Ambassador (1949); la Ciudad Deportiva (1955-1957); el Hospital Nacional y el Dispensario de la Organización Nacional de Dispensarios Infantiles (1957), hoy Pediátrico William Soler y Policlínico de 15 y 18, en El Vedado; y el Teatro Nacional (1959), entre otros.

María Elena Cabarrocas y Zayas (n. 1922), graduada en 1946, fue la autora del Colegio Lafayette (1956-1957), de La Coronela, una instalación moderna de la que debería justipreciarse la influencia que pudo ejercer en el diseño posterior de centros educativos, por la articulación de sus volúmenes, el tipo de cubierta, la iluminación y ventilación de las aulas.

De su promoción fue también Margarita E. del Pozo y Seiglie (n. 1920), primera mujer en recibir el Premio Nacional de Arquitectura, en 1998. Desde su graduación hasta 1952, fue proyectista del Ministerio de Obras Públicas, donde tuvo la oportunidad de formar parte de varios proyectos. Sobre esta fecha fundó un estudio de arquitectura con su esposo José Vicente Lanz. Su obra en conjunto es la más conocida de su carrera profesional, en la que destaca la clínica Asclepios, en 17 y Paseo; y el antiguo Club Bancario Nacional (hoy hotel Atlántico), en Santa María del Mar.

De las primeras décadas de la Revolución resulta familiar el nombre de Josefina Rebellón Alonso, graduada en 1961. Fue de los jóvenes arquitectos que ejecutaron múltiples obras sociales con la excelencia técnica de esos años y una alta creatividad formal. En su caso, trabajó intensamente para la educación. Participó en la conversión del campamento militar Columbia en Ciudad Escolar Libertad (1962-1964), particularmente en el diseño del instituto preuniversitario para 2000 estudiantes, que formó parte de las obras nuevas integradas al campamento. A lo largo de esa década realizó varios modelos de escuela secundaria, hasta concebir el sistema prefabricado Girón (1969), por el que mayormente se le identifica. Obras suyas son también el Instituto de Ciencias Básicas Victoria de Girón (1963) y el Policlínico de Carlos III (1965). Su trayectoria laboral fue reconocida con el Premio Nacional de Arquitectura en 2002.

De las arquitectas cubanas con obra construida en las últimas décadas, Julia León Lacher (n. 1948) es de mención obligatoria. Graduada en 1974, tiene un excelente catálogo junto a su esposo José Antonio Choy, y numerosos premios internacionales. Su estudio es reconocido por los inmuebles de Santiago de Cuba, en particular por el hotel Meliá Santiago (1991). En La Habana no debe dejar de referirse la rehabilitación del edificio que ocupa el Banco Financiero Internacional (1997) en Quinta Avenida, uno de los mejores ejemplos de integración entre lo nuevo y lo viejo. Su proyecto de rehabilitación para la Hemeroteca de Casa de las Américas está entre los tantos que no han llegado a ejecutarse, y que de hacerlo otorgarían a El Vedado un fabuloso ícono moderno.

Es esta una mención discreta de una parte de la presencia femenina en la arquitectura cubana, que merecería extenderse para que comencemos a reconocer el verdadero alcance que han tenido en el paisaje urbano. No obstante, valga esta aproximación para sembrar el interés, registrar algunos nombres y reconocer que también merecen el reconocimiento social otorgado a otras ramas del arte.

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