En el sitio cercano a San Fernando del Valle de Catamarca vivió la cultura La Aguada entre el siglo IV y V.
Se llama Pueblo Perdido de la Quebrada del Tala, aunque está acostumbrado a recibir turistas, científicos y estudiantes que llegan interesados por conocer los vestigios de un singular fenómeno arqueológico conocido como la Aguada. Está situado al oeste de la ciudad catamarqueña de San Fernando del Valle y se accede por la ruta provincial número 4. Si bien sobresale su fina alfarería, aún atesora reliquias por desenterrar. En plena pandemia se produjo en este poblado de montaña el último descubrimiento de un montículo ceremonial atribuido a esa cultura.
El Pueblo Perdido fue denominado así en 1996, por el investigador y académico de la Universidad Nacional de Catamarca (Unca), Néstor Kriscautzky, que evaluó su complejidad como poblado, debido a sus características y a la gran superficie que ocupa. Los estudiosos actuales lo interpretan “como si fuese una aldea, ya que son grupos de casas que se fueron adosando una al lado de la otra con el correr del tiempo, manteniendo patrones arquitectónicos y de distribución”, explica Ezequiel Fonseca, integrante del Grupo de Estudios Arqueológicos (GEA) de la Unca, que concretó el hallazgo conocido en junio pasado.
Cada unidad habitacional de este sitio arqueológico, donde aún se desarrollan investigaciones y donde antes de la pandemia del Covid-19 se organizaban visitas para que los turistas puedan conocer parte de la historia de Catamarca, “está compuesta por entre cuatro y ocho recintos adosados que se conectan a un patio y luego a un espacio mayor, que puede ser interpretado como un espacio común público. En ellos se desarrollaron diversas actividades cotidianas de la vida doméstica y también vinculadas con lo ritual y lo político”, describe el arqueólogo Fonseca, consultado por LA NACION.
La Quebrada, que posee una extensión de 40 kilómetros, “formó parte de una dinámica social que comprendió a las poblaciones originarias del primer milenio y parte del segundo, como otros lugares de América, y su paisaje posee muchas capas significativas vinculadas con nuestra historia”, sobre las que el GEA viene trabajando desde el 2004. “Las primeras exploraciones se remontan a la década de los 80 y desde los 90 el sitio se puso en valor y es muy visitado por turistas y científicos”, remarca el experto.
Una particularidad que destaca Fonseca sobre la quebrada de El Tala, “es que en ella residen muchos artesanos provenientes de diversos lugares de la Argentina, que tienen un fuerte arraigo y compromiso con el ambiente. Por eso, cuando encaramos un trabajo de investigación y puesta en valor, no sólo tratamos con las autoridades gubernamentales, sino que trabajamos con esa comunidad que está en mayor contacto con el sitio arqueológico”.
Una cultura única y propia del noroeste
“Como fenómeno cultural, La Aguada es típica, única y propia del noroeste argentino” y, teniendo en cuenta su patrimonio, “le dimos el nombre del sitio más característico en que habían sido aisladas sus tumbas: el Vallecito de La Aguada, aledaño del Valle del Hualfín (entre 1961 y 1964) en la provincia de Catamarca”, precisa el arqueólogo y antropólogo Alberto Rex González, reconocido estudioso de las culturas precolombinas de América del Sur.
Al respecto, Fonseca acota que “existió una relación muy activa entre lo que hoy es el Valle Central con los otros valles de la provincia y del noroeste. Entre las décadas del 70 y del 80 se establecieron manifestaciones locales de Aguada, diferenciables según el ámbito geográfico y cada una de ellas con expresiones propias de cada región, pero con un sustrato ideológico común”. Aunque el especialista considera que el estilo Aguada “es el más representativo, por cantidad”, también rescata “otros estilos conocidos, como Ambato y Hualfín”.
Actualmente, el Pueblo Perdido, “ubicado sobre una montaña de regular altura, frente al Balneario municipal” -como lo describe la secretaría de Gestión Turística provincial- exhibe habitaciones, talleres y corrales construidos con cimientos de piedras, techos y paredes con ramas y barro, que fueron habitados por este típico poblado andino, entre los siglos IV y V de nuestra era.
Aquellos antecesores “integraron una red interdependiente de unidades familiares autosuficientes, donde la integración económica era de especial importancia debido al intercambio de bienes y servicios”, distingue Fonseca.
El cultivo del maíz y la cría de camélidos fueron esenciales para esa antigua sociedad, donde además fue importante el uso del algarrobo, “tanto para recolectar sus frutos, como para la sombra de los montes o la madera como combustible”, según destaca Rex González, que además considera muy posible que las “múltiples y complejas obras de irrigación” que existen en el valle de Catamarca hayan sido construidas “por los pueblos de La Aguada”.
Felinos, dioses y guerreros
El conocimiento de la cerámica de Aguada fue fundamental para los arqueólogos, porque les permitió interiorizarse en la organización social y religiosa de aquellos primeros catamarqueños instalados en el territorio donde antes habitaban los diaguitas, y también en aspectos de su cultura, vestimenta, adornos y hasta gustos musicales. Entre su “rica iconografía”, como remarca Rex González, se distinguen imágenes de presuntas deidades y guerreros, pero por sobre todo, una gran variedad de figuras felínicas.
En su libro La Cultura de La Aguada del Noroeste Argentino, Rex González menciona la existencia de distintos tipos de cerámicos, según cómo fueron cocidos, y señala que, si bien la alfarería culinaria es de superficie tosca, se encontraron numerosas estatuillas que presentan un cuidadoso modelado y detalles que están resaltados mediante pinturas de distintos colores.
También menciona que con bronce y hasta en ocasiones con oro, elaboraban piezas rituales, como cetros y suntuosas hachas que utilizaba la élite política o religiosa, aunque no los aplicaban en elementos de utilidad práctica. Comenta además que “utilizaron muy poco la piedra, aunque se hallaron algunos pequeños objetos de adorno, mientras que casi no se encontraron piezas de madera y textiles, porque las condiciones climáticas no permitieron su conservación”.
Rex González describe que las tumbas halladas “son simples pozos cilíndricos excavados en los sedimentos blandos”, que en su mayoría contenían un solo esqueleto, aunque en otras había dos o más, junto a un “ajuar fúnebre constituido por piezas de alfarería que debieron contener bebidas o alimentos para ser utilizados en el más allá por el o los difuntos sepultados”, junto a otros objetos de metal, hueso y piedra.
Hallazgo arqueológico en cuarentena
Actualmente, el GEA realiza investigaciones que giran en torno de la arqueología, la historia y el ambiente. Para ellos, una de las formas de conocer el terreno “es por medio de recorridos pedestres, comúnmente llamados prospecciones”, cuenta Fonseca. Como consecuencia de esas minuciosas caminatas, estos profesionales se toparon recientemente con una estructura monticular tipo piramidal que, por su disposición y forma, los condujo a pensar en su función ceremonial, ya que formaría parte de “una continuidad de este tipo de configuraciones”, como los encontrados anteriormente, en 1975 y en 1997.
“Para nosotros este fue un hallazgo inesperado -continúa- puesto que la mayoría de los descubrimientos son construcciones de viviendas vinculadas a espacios agrícolas; esta es una estructura piramidal de 1300 años, característica de la sociedad Aguada”, con altas paredes levantadas entre rocas y lajas.
Los días previos a que se declarase la cuarentena total obligatoria en el país, el GEA prospectaba la zona del montículo ceremonial. “Obviamente, el 20 de marzo pasado tuvimos que parar todas las actividades. Catamarca fue una excepción a nivel nacional y estuvo mucho tiempo sin contagios. Cuando habilitaron la fase de distanciamiento social pudimos continuar con las tareas que nos quedaban pendientes”, rememora Fonseca.
No obstante, “en el lugar propiamente dicho, debido a la situación de pandemia en que nos encontramos, sólo pudimos realizar algunas tareas de desmalezamiento para confeccionar un croquis del lugar, toma de muestras de material diagnóstico y realizar reuniones con la actual comunidad de artesanos que se encuentra muy próxima al lugar”, especifica.
Fonseca puntualiza que el GEA “constituye un espacio académico de investigación interdisciplinario que vincula arqueólogos, historiadores, geógrafos, geólogos, agrimensores, especialistas en turismo, patrimonio, en cartografía y (el sistema de información geográfica) GIS que trabajan “en el Valle central, la Vertiente occidental del Ambato y el oriente del Bolsón de Pipanaco”, en Catamarca.
Cucharín y GPS, clave para excavar
El desarrollo de la cultura de La Aguada “es paralelo, en nuestro país, al progreso de las técnicas arqueológicas, cada vez más precisas y sofisticadas”, sostiene Rex González en su libro y agrega: “Por esa época, junto a los cambios conceptuales que se operaban dentro de la disciplina, se agregó el conocimiento de nuevas técnicas, como el uso del carbono 14 como método de datación”. Fonseca amplía acerca de las actuales herramientas que hoy se utilizan y asegura: “Nos hemos modernizado bastante”.
“En arqueología para las excavaciones continuamos con el cucharín, pincel e hilo para marcar cuadrículas, cintas métricas, los gráficos en el campo los hacemos a mano y luego en el laboratorio se digitalizan con una tabla de dibujo y luego se pasan a AutoCAD para realizar planos. En cuanto a los métodos de registros se han incorporado niveles digitales, estación total, cámaras fotográficas con gran angular y teleobjetivo”, detalla.
El arqueólogo de la Unca agrega que cuando realizan prospecciones “ya no usamos papel para las planillas, sino tablet, pero siempre una libreta y un lápiz en el campo es una herramienta irremplazable. También para nuestros recorridos utilizamos la información provista por fotografías áreas e imágenes satelitales. Una herramienta indispensable para nosotros es el GPS, puesto que debemos ubicar los sitios en el espacio para luego volcar esos datos para una cartografía por medio de programas como GIS”.