“Nada hacemos fuera de la cultura”, nos dice Sabina Berman: “Un país sin arte propio y contemporáneo es una casa de espejos deformados donde aquel, aquella que entra, al mirarse reflejado no se encuentra. O dicho de otra forma, se encuentra deformado, con otro rostro, con otra complexión, otro lenguaje, otro contexto que el propio. Mira su reflejo enajenado de sí mismo”.
I PARTE
¿Para qué apoyar la cultura en un país, en un estado donde existen altos índices de marginación, de violencia, de corrupción, donde faltan recursos para educación y salud?… Apoyar la cultura, ¿para qué? De sobra se ha dicho que la cultura es motor del desarrollo, pero por primera vez a escala mundial, la recientemente adoptada Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas reconoce que “la cultura, la creatividad y la diversidad cultural desempeñan una función primordial a la hora de afrontar el reto de lograr el desarrollo sostenible”. La Unesco invita a repensar las políticas culturales.
“Nada hacemos fuera de la cultura”, nos dice Sabina Berman: “Un país sin arte propio y contemporáneo es una casa de espejos deformados donde aquel, aquella que entra, al mirarse reflejado no se encuentra. O dicho de otra forma, se encuentra deformado, con otro rostro, con otra complexión, otro lenguaje, otro contexto que el propio. Mira su reflejo enajenado de sí mismo”. Lo que hace falta es hacer llegar la cultura a todos los mexicanos. Sabina Berman insiste: “Desclasar la cultura: llevarla a todos sin distinción de clase. Socializarla: volverla parte de lo social, que por cierto es la única justificación de que el Estado invierta en ella. Porque si la intención no es que la cultura toque los corazones de millones de mexicanos, que toque su identidad y enriquezca la textura de sus vidas, invertir en los artistas y su creación es un desperdicio”.
El fallo de la democratización cultural es no permitir al ciudadano ejercer su derecho al disfrute y creación de bienes culturales. Por ello es importante que las instituciones culturales no se enfoquen sólo en la promoción, difusión y subsidio de los artistas y sus productos, ni en llevar bienes o servicios terminados a una comunidad, sino que reconozcan que toda comunidad posee una cultura propia y tiene el derecho a ser partícipe de ella. Para esto, toda comunidad debe involucrarse en los procesos socioculturales y tener herramientas para ser autogestiva. Abogar por la democratización de la cultura, es decir, que la gente tenga acceso a los proyectos y a los espacios culturales, es la necesidad de luchar por una democracia cultural; pero, ¿cómo generar estos proyectos donde las comunidades puedan participar?, ¿qué papel debe jugar el Estado en el impulso de políticas culturales incluyentes?, ¿cómo generar opinión respecto a lo que pasa y también respecto a lo que se quiere que pase?
Para el establecimiento de políticas culturales, habrá que saber mirar los numerosos matices, generando estrategias que conduzcan acciones en múltiples sentidos. Los proyectos culturales se pueden construir en diversos niveles. Por un lado, dar a luz a situaciones de diversidad cultural y por el otro, buscar formas de diálogo y de consenso para las distintas posturas. El acceso al patrimonio cultural es la mejor forma de fomentar la diversidad cultural. Cuanto más conocimiento de su patrimonio cultural tiene una sociedad, más capaz es de asumir la diversidad. Asimismo, las políticas culturales deben establecerse en un ambiente de globalización a partir de lo local y siempre en un marco de sustentabilidad, con respeto a la diversidad cultural y la naturaleza. Como señala Ángel Mestres, “cualquier política cultural debe tener un refuerzo identitario, debe reforzar los vínculos comunitarios, sea con la nación, con la región, con la ciudad, con el barrio o con las calles”.
Es fundamental invertir dinero público en la cultura, debe haber más interés y por tanto más capital económico, pero más allá de esto, se necesita también inversión privada y sobre todo que los proyectos sean sostenibles socialmente, económicamente, medio ambientalmente y culturalmente.
II PARTE
El problema de generar una política cultural desde el Estado es que habitualmente se trabaja a partir de una idea restringida de la cultura. La cultura no es un objeto, no es algo que se pueda entregar empaquetado y se pueda “poseer”. La cultura no es unidireccional, estática; posesión de pocos carencia de muchos. La cultura es un concepto dinámico, móvil, cambiante, flexible, múltiple, transdiciplinar, multidireccional. El Estado no posee la cultura y se la entrega o “distribuye” a las masas ignorantes. El Estado no crea la cultura. Bajo esta perspectiva, ¿qué ejes debería considerar una política pública cultural para “democratizar la cultura” y minimizar la brecha de atención a públicos menos favorecidos? ¿Cómo buscar una noción de cultura que permita al Estado atender la diversidad de autores y necesidades? ¿Cómo generar acciones cuyo fin sea introducir conceptos que favorezcan la idea de que “la cultura es motor del desarrollo” y el derecho de crear es condición de una calidad de vida mejor? El acceso al arte y la cultura es un derecho de todos, pero ¿cómo hacer valer ese derecho?
Una política cultural generada desde el Estado debe profesar y exaltar la igualdad, desde la diversidad. Con la idea restringida de lo cultural, que intenta únicamente la difusión y democratización de la llamada “alta cultura”, desde donde operan la mayoría de las instituciones culturales del Estado, estamos reduciendo la atención a nuestra diversidad de culturas. “No hay por qué ofrecer un paquete cultural para que todos accedan de manera igualitaria a los mismos bienes, de la misma manera”, nos dice Néstor García Canclini. De ahí que sea importante generar políticas culturales desde el Estado conscientes de la diversidad, lejanas del modelo del Estado proveedor más cercanas a una “democracia participativa”, con la concesión de que la cultura se manifiesta y se construye desde diversos agentes.
Exaltar lo plural es lo que hace falta y es en lo que se tiene que dedicar más esfuerzo. Basar las políticas culturales en la igualdad y no en la imposición de un concepto hegemónico de lo cultural, entender las diferencias no como desigualdades, buscar el desarrollo plural de las culturas de todos los grupos, en relación con sus propias necesidades. Una limitante para esto es la noción hegemónica de lo cultural que no permite girar a una noción de lo cultural intersubjetiva, en el sentido de que todos somos sujetos y de que no hay objetos ni en el contexto de lo político ni en el de la cultura. Si la política cultural del Estado viera a todos como sujetos no se pensaría en “llevar cultura” a los grupos más desfavorecidos, sino en conocer y construir con ellos desde lo cultural y desde la diversidad. La intersubjetividad cultural enfatiza que el conocimiento compartido y el consenso es esencial en la formación de nuestras ideas y relaciones. La cultura se ve desde lo plural y diverso. De esta manera, se deja de pensar a la cultura como definida de una vez y para siempre y se permite la formación de relaciones, actitudes y valores que generan cohesión social.
En las políticas culturales, es necesario reivindicar las representaciones sociales plurales para considerar formas de consensuar, negociar e interpretar las herramientas culturales (prácticas sociales, lenguaje, conocimientos, valores, creencias). Esta negociación conduciría progresivamente a un comportamiento cada vez más autónomo, crítico e independiente de las personas y de los grupos sociales, asumiendo también el intercambio de acervos construidos socialmente que conformarían la posibilidad de compartir y comprender al “otro”.
El flujo interminable de señales de conflictos sociales con la forma de racismo, ultranacionalismo, sexismo, rivalidades étnicas y religiosas, xenofobia, homofobia invitan a construir colectivamente una noción más amplia y plural de las políticas culturales del Estado. El Estado debe plantear la política cultural como un lugar donde hay que mediar continuamente, hacer una mediación constante que permita la participación ciudadana, para que contribuya con ello a resolver las diferencias en el consumo cultural.
III PARTE
¿Por qué repensar las políticas culturales públicas? Néstor García Canclini, en la línea de André Malraux, señala “(…) (las) políticas culturales que han seguido Francia y otros países europeos y algunos en América Latina, se piensa en “democratización” como una distribución igualitaria de los bienes culturales para ponerlos al alcance de la totalidad de la población. Hay varias razones para que esta noción de democratización haya entrado en crisis. Algunas son razones poco apreciables como el crecimiento de la mercantilización de los bienes culturales y el acceso diferencial indiscriminado. Otras tienen que ver con la simple constatación de que los públicos son muy diversos: en casi todas las sociedades hay multietnicidad, multilenguas, gustos muy heterogéneos y no hay por qué ofrecer un paquete cultural para que todos accedan de manera igualitaria a los mismos bienes, de la misma manera”.
En México los encuentros y desencuentros entre las distintas miradas sobre la “democratización” de la cultura, se explica por la historia de las transformaciones de las políticas públicas. Tanto en política como en arte, nuestra “modernidad” ha sido la insistente persecución de la novedad, que consagra la legitimidad de un tipo de bienes simbólicos y un modo de apropiarlos. Una política cultural es democrática tanto por construir consensos para el reconocimiento y apropiación de los bienes culturales, como por suscitar las condiciones reflexivas, críticas, sensibles para problematizar los principios que organizan su uso y disfrute.
Las crisis económicas en la actualidad afectan de manera significativa la actividad cultural propia de las instituciones públicas. En este sentido, es importante considerar el financiamiento a través de patrocinios, itinerancias de exposiciones con gastos compartidos y coproducciones de puestas en escena y festivales. Sin embargo, en este esquema salen perdiendo los proyectos menos “populares”. En una política cultural hay que dar cabida a las minorías. Si no se respetan los proyectos que tienen un alcance menor en el público, pero que son significativos para una minoría o para la reflexión y la crítica, se estará perdiendo una de las funciones sustantivas de las políticas culturales del Estado: la inclusión.
Repensar las políticas culturales públicas permitirá ver a las actividades culturales como lugares de reflexión, de educación, de pensamiento crítico, de reunión. “Lo interesante de la cultura no es el consenso, sino el antagonismo; no es una industria, por eso hay que favorecer cosas que no sean necesariamente rentables en términos económicos.” Señala Manuel Borja-Villel director del Museo Reina Sofía. La “rentabilidad” de un museo o espacio cultural, y en general de la cultura, se mide a largo plazo. Una sociedad que no fomente la innovación, el desarrollo, la investigación y la creatividad, hipoteca su futuro.
El mecenazgo y la creación de estímulos para la participación de la iniciativa privada es un buen tema para discutir cómo generar recursos para la cultura, pero hay que ser conscientes de la necesidad de apoyar proyectos de calidad, que generen reflexión y crítica y que no necesariamente suelen ser populares. “No es el presupuesto lo que determina un proyecto de cultura”, dijo Sabina Berman sobre la Secretaría de Cultura, palabras más, palabras menos, y le asistía sin duda la razón y concluyó “lo que vuelve exitoso un proyecto de cultura, es la claridad de rumbo y la disciplina con que se alinean las pesadas instituciones hacia ese rumbo”.
Prevalece una amplia variedad de productores culturales que se articulan y organizan para establecer vías novedosas de creación, difusión y consumo culturales.
En este sentido uno de los retos de una política cultural pública es implementar estrategias para fortalecer la producción, distribución y el consumo de los productos culturales de sus creadores. De la misma manera, fomentar la discusión sobre su pertinencia ética y sus posibilidades de inserción en el mercado local, nacional e internacional.
Existe mucha creación que llega a muy pocos, hay que abrir el panorama, es necesario apoyar a los creadores en la formación de un mercado cultural que cierre el ciclo de producción, distribución y consumo.
Por: Manuel Velázquez
Tomado de:
https://www.diariodexalapa.com.mx/cultura/apoyar-la-cultura-para-que
https://www.diariodexalapa.com.mx/cultura/apoyar-la-cultura-para-que-2
https://www.diariodexalapa.com.mx/cultura/apoyar-la-cultura-para-que-3