El 9 de abril de 2011, la poeta Águeda Pizarro llegó hasta el apartamento que su esposo, el artista Omar Rayo, fallecido hacía menos de un año; lo que siguió luego de cruzar la puerta se convirtió en una herida que aún no cierra y también en noticia nacional…
Autor: Lucy Lorena Libreros | Gaceta
Lo que siguió luego de cruzar la puerta se convirtió en una herida que aún no cierra y también en noticia nacional: 45 obras de gran formato de la colección privada del maestro de Roldanillo, elaboradas en acrílico sobre tela, entre los años 70 y 90, habían desaparecido.
El robo —cuenta Águeda con resignación— ocurrió entre enero y abril de ese año, pues ella misma a comienzos de 2011, junto a Juan José Madrid, secretario general del Museo Rayo, estuvo en el lugar verificando el estado de las obras para incorporarlas a una exposición retrospectiva. Para ese momento, recuerda la poeta, todo estaba completo y en orden.
Sin embargo, como es usual en estos casos, nadie se percató de algo extraño durante esos meses. Nadie vio nada. Así, 45 piezas de un metro cuadrado de tamaño y hasta enmarcadas, salieron una a una de la casa de su dueño con rumbo desconocido.
La poeta, que denunció el hecho ante la Fiscalía al día siguiente, resume los cuatro años que han pasado desde entonces como una tediosa espera: seis viajes infructuosos a la sede de la Fiscalía en Paloquemao, un cambio de Fiscal, citaciones en las que no se hace presente el único sospechoso del hecho y un caprichoso paro judicial.
¿Qué destino pueden tener las obras de un artista célebre y cotizado como Omar Rayo? ¿Quedan en manos de coleccionistas de Colombia o del extranjero? ¿Cómo funciona acaso el mercado negro de los bienes patrimoniales que se roban en Colombia?
Son las mismas preguntas que llevan haciéndose en el Grupo de Investigación en Delitos contra el Patrimonio Cultural, Gipac, y en el CTI de la Fiscalía, que revelaron en enero pasado que el robo de obras de arte y piezas del patrimonio cultural de Colombia ha ido en aumento.
Solo en 2013 —según Julián Quintana, director del CTI— se recuperaron cuatro mil piezas de este tipo, especialmente obras arqueológicas, y se capturaron a 125 personas que trabajaban para redes dedicadas a estos delitos.
En el caso de obras de arte, el trabajo sucio, según un investigador del Gipac que pidió no revelar su nombre, lo realizan delincuentes comunes, expertos en hurto a bancos y joyerías. Pero no son ellos quienes eligen a las víctimas. Los contratan “tipos cultos, que conocen de arte, del trazo de los artistas y que por ende tienen certeza de cuáles son los que mejor se venden en el mercado negro”.
Las autoridades los conocen como ‘iniciadores’. Gracias a su buena presencia logran acceder a círculos artísticos, crear vínculos y ganarse la confianza de galeristas, coleccionistas y hasta críticos. Se trata, pues, “de verdaderos especialistas en arte que invierten un buen tiempo visitando galerías, colecciones privadas y residencias de los artistas”. Y, más peligroso que eso: asegurándose de “qué obras pueden ser robadas y a quién se las pueden ofrecer”, sostiene el investigador.
A veces, precisa, suelen tratarse de robos por encargo. En esos casos resulta más difícil perseguir el rastro pues las piezas ni siquieran alcanzan a entrar al mercado negro. Ya tienen compradores que esperan “por su mercancía”.
¿Fue eso lo que sucedió con las obras del maestro Rayo, cuyo costo individual puede rondar los $100 millones?
Robos en la impunidad.
Ni el caso de las obras de Rayo robadas ni en otros casos similares las autoridades tienen certezas de la suerte de ese patrimonio. Ni siquiera en casos tan sonados como el robo de 18 piezas de los siglos XVII y XVIII del Museo de Arte Religioso de Santa Fe de Antioquia, ni de los 53 óleos de arte colonial robados en Cali, que datan de los siglos XIII y XVIII, entre ellos dos de Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, el pintor más importante de la época colonial española en Colombia.
Ambos robos ocurrieron hace más de diez años. Y se denunciaron, claro. Pero aún sus dueños siguen esperando noticias sobre los bienes hurtados que, más allá del valor comercial que los delincuentes puedan endilgarles, representan el patrimonio cultural de la Nación.
No siempre es así. El grabado de Picasso arrebatado al Museo Iberoamericano de Arte Contemporáneo de Popayán en 2011, y que hace parte de la donación hecha por el maestro Édgar Negret a su ciudad natal, fue hallado por el CTI cuando un hombre lo negociaba en un establecimiento comercial. Si bien se trataba de un grabado pequeño y deteriorado, el hecho de que fuera un Picasso elaborado en 1955, en plena madurez del artista español, “lo convertía en una pieza atractiva para cualquier coleccionista. Se estima que podía costar unos $130 millones”, asegura el investigador del Gipac.
Lo sabe el galerista y artista plástico bugueño José Horacio Martínez, quien trae al presente un hecho que vivió hace ocho años con Vintage, galería de la ciudad de Miami que exponía algunos de sus cuadros y obras de otros artistas latinoamericanos.
Un día —recuerda— la galería cerró sus puertas para siempre sin dejar razón de la suerte de las obras que se encontraban en su interior. Varios meses después, Martínez vio cómo sus obras se ofertaban en una galería de París a través de la página www.artprice.com. “Intrigado, escribí preguntando de dónde las habían sacado. En poder de quién estaban. Nadie dio respuesta y los cuadros simplemente fueron retirados de la página”.
En teoría, se supone que la obra de un artista plástico solo puede ser comercializada si cuenta con un certificado de proveniencia, firmado por el propio autor, por los familiares que la tienen en custodia, o por un galerista o experto reconocido. “Pero hasta ese certificado se falsifica, especialmente cuando no se tratan de obras genuinas”, tal como cuenta Camilo Gaviria, quien dirige hoy la galería del Hotel Intercontinental de Cali.
“Lo único que puede salvar a alguien de ser estafado es que un experto se cerciore de que se trata del trazo del artista. Porque el trazo es como su huella digital”, dice Gaviria. “Pero yo mismo he visto en salas de casas muy lujosas cuadros falsificados que sus dueños exhiben orgullosos. Otros, sabiendo que se tratan de obras originales, prefieren en cambio esconderlos. Eso se ha sabido siempre. Por eso es que se hace tan difícil hallar una obra que ha sido robada”.
Gaviria habla enseguida de una verdad que conocen quienes se mueven en el mundo del arte: Fernando Botero, Alejandro Obregón y Enrique Grau son los artistas colombianos más costosos y también los más robados e imitados. Los que más persigue el mercado negro.Actualmente, la Interpol busca 34 mil piezas de arte, de las cuales 182 fueron hurtadas en Colombia.
Los propios artistas se han visto obligados a tomar medidas. Algunos han optado por inventarse ciertas señales individuales —que solo ellos conocen—. Otros solo firman sus obras cuando están camino a la galería y otros más dejan ciertas ‘huellas’ escondidas que ni el mejor imitador podría copiar.
Es que los atracos han implicado, en algunos casos, a los propios artistas. Fue lo que le sucedió a David Manzur, a quien asaltaron en su propio estudio y lo obligaron a firmar unos cuadros aún inacabados. Al pintor caldense solo se le ocurrió hacerlo con carboncillo, consciente de que no es lo usual e incluso marcó uno en la mitad del lienzo con lo que la obra perdía, según él, su valor. “Aunque eso a los ladrones no les importó y se llevaron, felices, su botín”.
Patrimonio saqueado.
Pero las obras de arte no son el único bien patrimonial que se encuentra al acecho de la delincuencia. Que lo diga Antonio Gasca González, habitante del municipio de San Agustín, al sur del Huila, en cercanías al parque arqueológico que lleva el mismo nombre. El más importante del país.
Antonio es profesor de literatura y visitante asiduo del parque, en ocasiones con sus propios estudiantes. Una vez se sale del lugar, es fácil darse cuenta de lo que sucede: “campesinos que están pendientes de los turistas para ofrecerles piezas arqueológicas, algunas originales”.
Por una urna funeraria algunos llegan a pagar hasta $350.000. Por una pieza conocida como calambuco estos campesinos, tal como cuenta Antonio, piden hasta $1.200.000. Y la oferta es amplia pues se exhiben utensilios, ollas y estatuas de piedra en varios tamaños, según lo necesite el comprador.
El asunto tiene alcances mayores, denuncia el docente. “Ya existen excursiones para salir a ‘guaquear’ que las toman especialmente turistas extranjeros”. En este caso, los campesinos aseguran una ruta y elementos para picar la tierra. A veces hasta refrigerio y mantas para el frío porque el ‘guaqueo’ se realiza de noche. Independientemente de que se encuentre algún objeto, el campesino termina hasta con US$70 dólares en los bolsillos.
La Unesco los llama ‘acopiadores’: personas que viven en zonas de riqueza arqueológica, compran a los ‘guaqueros’ y terminan ofreciendo los objetos en tiendas como souvenires. En muchos casos, según Jennifer Olarte, subteniente de la Gipac, no siempre se trata de piezas genuinas. Algunos vendedores fabrican réplicas con una mezcla de arcilla y agua. Las entierran y les dan un toque de envejecido para venderlas finalmente como si fueran precolombinas.
Esa realidad la conoce Eugenia Serpa, coordinadora del Grupo de Bienes Culturales Muebles de la Dirección de Patrimonio del Ministerio de Cultura. Y asegura que desde hace muchos años Colombia ha buscado hacerle frente a esos delitos. El país, por ejemplo, es uno de los que firmó la Convención de la Unesco de 1970 que busca evitar el tráfico ilícito de bienes culturales.
En 2005, además, logró bajo ese mismo propósito la firma de un convenio entre distintos organismos: el Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Icanh; el Archivo Nacional, el Ministerio de Relaciones Exteriores, el Ministerio de Cultura, la Fiscalía, la Policía, la Procuraduría, la Aerocivil, la Dian, el Sena —que ofrece cursos virtuales sobre patrimonio— y la Universidad Externado, que brinda asesoría sobre la normatividad relacionada con el tráfico de patrimonio cultural.
“También —agrega Serpa— nos ayuda la Ley General de Cultura, del año 97, que estableció que solo el Icanh, el Archivo General y el propio Ministerio de Cultura son las entidades autorizadas para permitir la salida de bienes patrimoniales del país, cuando se trata por ejemplo de exhibiciones al público o de estudios científicos”.
Son esfuerzos grandes, pero el mercado negro del arte a veces parece más fuerte. “Es que las grandes galerías y casas de subasta reciben piezas artísticas no solo de Colombia, sino de toda Latinoamérica. Y así se hace difícil controlar lo que maneja ese mercado”, sostiene la funcionaria.
Y reconoce que sin duda las piezas arqueológicas son las que despiertan mayor interés de los coleccionistas pues “Colombia está llena de vestigios y piezas antiguas que ni siquiera el propio Estado sabe que existen. Y eso es lo que dificulta el que puedan ser repatriadas luego. No hay manera entonces de demostrar que salieron del país de manera ilícita”.
Pese a esas limitaciones, Colombia ha logrado dar algunos golpes. En los últimos cinco años, el Icanh ha logrado recuperar 2737 piezas, a través de incautaciones y 106 mediante la figura de compra controlada con apoyo de la Policía. Igualmente, ha autorizado la tenencia de otras 115.071 piezas arqueológicas y logrado la repatriación de 990.
Uno de los casos más significativos ocurrió en 2104 cuando se logró traer de vuelta desde España 691 piezas arqueológicas. Habían sido robadas 11 años atrás y decomisadas por las autoridades españolas en el marco de la Operación Florencia.
Tras un largo proceso, en 2011 se notificó a la Fiscalía a través de la Embajada colombiana en España sobre la existencia de este invaluable patrimonio arqueológico, que fue puesto bajo custodia del Museo de América en Madrid, que lo conservó desde su incautación.
Lo que regresó, pues, no fueron simples piezas de museo, sino una parte importante de nuestra huella prehispánica. 691 piezas que, quizás pocos lo saben, más que dinero representan nuestro pasado y también nuestra memoria.
Tomado de: http://www.elpais.com.co/elpais/cultura/noticias/arte-robar