Robo en el Bellas Artes: un golpe audaz y solo tres obras recuperadas

En el comienzo de la Navidad de 1980, cuatro expertos ladrones se descolgaron desde los techos del museo de Recoleta [Museo Nacional de Arte, Argentina] y fueron en busca de lienzos y objetos de la colección Santamarina; 25 años después, tres de las 16 pinturas robadas fueron ofrecidas a la venta en París y terminaron siendo restituidas a la Argentina.

El 24 de diciembre de 1980, durante la Nochebuena, cuatro delincuentes especializados en robos de arte se preparaban para el golpe más importante de su vida. A la una de la madrugada, en pleno festejo de la Navidad, ingresaron al Museo Nacional de Bellas Artes , en el corazón de Recoleta, y se apropiaron de 16 pinturas impresionistas y siete objetos de porcelana y jade valuados en 20 millones de dólares .

Según confirmarían luego detectives de la Policía Federal, los ladrones ingresaron por los techos valiéndose de una serie de andamios y estructuras metálicas que estaban provisoriamente en el museo porque había obreros que realizaban reformas. Operaron entre la 1 y las 5 de esa Navidad.

Irrumpir no les requirió demasiado trabajo, pues no había alarmas activas y solo dos serenos recorrían las inmediaciones del edificio de la avenida del Libertador. Una vez adentro, el grupo se dividió en dos parejas que encararon, separadas, hacia el primer piso y la planta baja. Buscaban obras específicas que no estaban aseguradas: las de las colecciones de Mercedes y Antonio Santamarina . 

El 27 de diciembre se confirmó que las obras robadas eran El abanico , un dibujo a lápiz de Henri Matisse; Retrato de mujer , Gabrielle et Coco y Coco dibujando , de Auguste Renoir; Recodo de un camino y Duraznos sobre un plato , de Paul Cézanne; El llamado , de Paul Gauguin; Ruta por la nieve al puerto de Chateau , de Charles Lebourg; El vendedor de diarios , de Thibion de Libian; Fiebre amarilla , de Juan Blanes; Feydeau y su hijo Jorge , de Honore Daumier; dos dibujos de Edouard Degas; dos desnudos en acuarela de Auguste Rodin, y un óleo de Eugene Boudin.

“Entraron en el edificio por los techos tras aprovechar los andamios de las obras de refacción actualmente en curso para llegar a ese lugar, y se retiraron por el mismo camino. Los delincuentes tenían total conocimiento acerca del valor de las obras expuestas, ya que se apoderaron de las más valiosas”, publicó LA NACION cuando se conocieron los primeros detalles del atraco.

Ninguno de los accesos al museo fue violentado; fuentes del caso indicaron que el grupo de ladrones operaba internacionalmente y que se trataba de “auténticos profesionales en ese tipo de delitos”, que enfrentaron medidas de seguridad “sumamente precarias” dispuestas en torno de las obras. Inicialmente, la causa quedó a cargo de la jueza Laura Damianovich de Cerredo, y la secretaría de Norberto Guanziroli.

Detectives de la comisaría 19» y de Robos y Hurtos de la Federal trabajaron codo a codo con el entonces director del museo, Adolfo Luis Rivera. Incluso, el jefe de la PFA durante el último gobierno de facto, el general Juan Bautista Sasiaiñ, se encargó personalmente del asunto. Pero no lograron identificar a los ladrones. De hecho, las primeras de estas obras robadas en el MNBA fueron encontradas y restituidas 25 años después, cuando la investigación ya estaba radicada en la Justicia Federal.

En 2003, el juez Norberto Oyarbide tomó la causa y convocó a Interpol. Casi dos años después, esos detectives dieron con el director de una agencia británica especializada en rastrear obras de arte. Al menos tres de las obras robadas habían sido ofertadas en una galería de París y estaban en poder de la familia Lung, de Taiwán y con intereses madereros en Surinam: Recodo de un camino, El llamado y Retrato de mujer .

Todo indicaba que el botín había salido del país casi inmediatamente después del hecho. En aquel tiempo, los principales destinos de las obras de arte robadas eran Suiza, Austria, Alemania, Gran Bretaña y Japón. Fue Julian Radcliffe, de la agencia Art Lost Register, quien aportó la información vital para dar con aquellas tres obras: entregó a la Justicia argentina nueve carpetas repletas de datos y fue interrogado durante largas horas.

Luego, en el Palacio de Justicia de París, la decana de los jueces, Fabienne Pous, entregó a Oyarbide las tres pequeñas obras, lienzos de unos 50 por 40 centímetros, todos parte de la colección Santamarina, que había comenzado a ser diezmada al menos seis años antes del robo al Bellas Artes.

Antonio Santamarina fue un dirigente político conservador que terminó volcado por completo al coleccionismo. Poseía obras de Picasso, Van Gogh, Bonnard, Manet, Corot, Millet, Patinit, Zuloaga, Daumier y esculturas de Boucher y Bugatti.

Era una colección sumamente apreciada por sus obras del período impresionista. En 1957, Santamarina -miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes- donó 45 cuadros de artistas argentinos al MNBA, pero muchas de ellas fueron desviadas hacia Londres y subastadas por casi cinco millones de dólares, pese a los intentos diplomáticos de frenar la venta en Sotheby’s. Luego, la familia Santamarina donó al MNBA varias decenas de obras valiosísimas, de las cuales al menos 23 fueron robadas la Navidad de 1980.

Tras la restitución de las tres obras, se encargaron los peritajes de rigor a Christie’s. Los especialistas de la casa de subastas evaluaron: “Por suerte, donde sea que hayan estado guardadas, no les dio la luz del sol. Están bien. El Renoir tiene una capa de barniz amarillo que habrá que quitarle, pero que posiblemente estuviera desde antes del robo. También habrá que estirar el lienzo con un marco de madera. El Cézanne y el Gauguin están OK también, a pesar de pequeños problemas de acidez normales en el papel”.

En 2002 -tres años antes de la restitución de las obras, y tal como publicó LA NACION-, el Departamento de Protección del Patrimonio Cultural de Interpol investigaba al menos otros 160 robos de obras de arte en la Argentina. “La mayoría de las víctimas de estos robos de guante blanco son particulares. De hecho, representan casi la mitad de las investigaciones, seguidos muy por debajo por otros afectados, como galerías, anticuarios, museos e iglesias”.

Oscuras conexiones

Cuando, en 2005, llegaron las obras desde Europa, el juez Oyarbide dijo que podría existir una conexión entre el robo y Aníbal Gordon, exmiembro de la sangrienta Triple A y agente de inteligencia estatal y paraestatal que durante y después de la dictadura fue señalado por operar en centros clandestinos, atacar a dirigentes políticos y delinquir bajo diferentes modalidades, como los secuestros extorsivos y el robo de arte.

Gordon fue señalado como uno de los jefes operativos de Automotores Orletti, centro de tortura de los años de plomo ubicado en Floresta. Según información oficial, “se estima que en este lugar, llamado El Jardín por los represores, estuvieron secuestrados alrededor de 300 ciudadanos uruguayos, chilenos, bolivianos, paraguayos, cubanos y argentinos; la mayoría continúan desaparecidos”.

De hecho, a los miembros de la banda de Gordon se los acusó por el atraco de 1983 al Museo de Arte Decorativo Odilio Estévez, de Rosario, de donde se llevaron obras valuadas en unos 12 millones de dólares: Retrato de un joven , de Doménikos Theotokópoulos, El Greco; El profeta Jonás saliendo de la ballena , de José de Ribera; Retrato de Felipe II , atribuido a Alonso Sánchez Coello; Doña María Teresa Ruiz Apodaca de Sesma , de Francisco José de Goya y Lucientes, y Santa Catalina , de Bartolomé Esteban Murillo.

El 31 de octubre de 1995, el chofer de Gordon, Ernesto Lorenzo -alias Mayor Guzmán-, cayó en el barrio de Belgrano con el Goya robado 12 años antes en Rosario. De aquel golpe, finalmente, han sido recuperadas las obras El profeta Jonás saliendo de la ballena, de José de Ribera; Santa Catalina, de Murillo, y Retrato de Felipe II, de Sánchez Coello.

Gordon, líder del grupo y sospechoso del robo al MNBA, murió en 1987. En 2005, varios miembros de su banda fueron condenados. Él, que había ingresado en la ex-SIDE en 1968, siendo ya miembro de la casa de los espías fue acusado de robar un banco y una joyería. Lo condenaron a tres años de cárcel, pero en 1973 obtuvo la libertad y se incorporó a la Triple A.

En el recorrido de una historia sanguinaria que incluyó extorsiones y ataques, Gordon apareció involucrado en el homicidio del abogado de presos políticos Rodolfo Ortega Peña y en el secuestro, en agosto de 1983, del periodista Guillermo Patricio Kelly. Recibió una condena de 16 años de cárcel. “El coronel” murió en prisión el 13 de septiembre de 1987.

En 2005, la Justicia Federal condenó a siete miembros del grupo criminal por hechos cometidos entre 1982 y 1984, bajo las carátulas de secuestro extorsivo y asociación ilícita. El grupo, que se hacía llamar Brigada Panqueque, estaba compuesto por Marcelo Gordon (hijo de Aníbal), Carlos Membrives, Carlos Rizzaro, Jorge Rizzaro, Oscar Herrador, Rubén González Figueredo y Ernesto Lorenzo, que años después volvió a caer, pero por tráfico de cocaína.

Sobre este grupo criminal, el expediente detallaba: “Actuaban entre 10 y 15 personas en, al menos, dos automóviles; desplegaban su accionar ilícito a plena luz del día en lugares céntricos de esta ciudad”. Entre los crímenes probados, por ejemplo, está el secuestro de un contador llamado Ricardo Espósito. Estuvo cautivo entre el 20 y el 21 de diciembre de 1983, hasta que su familia pagó 100.000 dólares de rescate.

Hoy, Interpol sigue la pista de al menos 50.000 objetos y obras de arte robados en todo el mundo. Entre 2002 y 2017, según información pública, recuperaron 12.277 piezas en la Argentina, entre las que había 4344 obras de arte y 4808 objetos arqueológicos.

Santa Catalina: la obra de Murillo, de Rosario a Montevideo

Restitución. El lienzo de Murillo estaba en poder de cinco sujetos que lo llevaban a Punta del Este para venderlo; ya fue entregado al Museo de Arte Decorativo de Rosario, su dueño
Restitución. El lienzo de Murillo estaba en poder de cinco sujetos que lo llevaban a Punta del Este para venderlo; ya fue entregado al Museo de Arte Decorativo de Rosario, su dueño Fuente: LA NACION

Tres días después de la histórica y arrasadora victoria de Raúl Ricardo Alfonsín en las elecciones presidenciales del 30 de octubre de 1983, que encendía las luces de la democracia tras la larga noche de la última dictadura, un grupo comando paramilitar irrumpió en el Museo de Arte Decorativo de Rosario y sustrajo cinco valiosas obras, tesoros del arte europeo de los siglos XVII y XVIII. El botín, calculado en unos diez millones de dólares de la época, incluía cuadros de Goya, El Greco, Ribera, Sánchez Coello y Murillo.

El miércoles 2 de noviembre de 1983, un puñado de minutos antes de las 8, un empleado del museo Firma y Odilo Estévez baldeaba la vereda cuando tres sujetos de mameluco azul lo sorprendieron; cuando los miró, tres armas lo encañonaron allí, a un par de cuadras del Monumento a la Bandera y de la costanera del Paraná.

Para los expertos ladrones fue un trámite: una vez adentro redujeron a dos mujeres que vivían en la casona con fachada de mármol que aquel gallego que hizo en el país una fortuna como yerbatero compró en 1922, frente a la plaza 25 de Mayo. Las amordazaron y con precisión de especialistas enfilaron hacia las salas Francesa y Española; descolgaron cinco cuadros, separaron las telas de sus bastidores y, sin oposición, salieron por la misma puerta por la que habían irrumpido y escaparon en un auto con un botín valuado en 12 millones de dólares.

El 28 de octubre de 1995, Retrato de doña María Teresa Ruiz de Apodaca y Sesma, de Francisco José de Goya y Lucientes, el mítico pintor y grabador aragonés, apareció en el barrio porteño de Belgrano. Llevaba la tela, oculta en su camioneta, un tal Ernesto Lorenzo, que no era otro que “el mayor Guzmán”, chofer y lugarteniente de Aníbal Gordon, conspicuo integrante de la Triple A, represor en Automotores Orletti, exagente inorgánico de la SIDE durante el gobierno de facto y, antes, durante y después de aquellos años de plomo, líder de una banda paramilitar que financiaba sus actividades -y llenaba sus bolsillos- con secuestros extorsivos y robos “especiales”; de hecho, ya se sospechaba de ellos por el golpe en el Estévez y se les atribuía el que sufrió otro importante museo rosarino, el Juan Castagnino.

Del resto del botín del Estévez nada se supo durante 23 años hasta que, el 31 de octubre de 2018, en un operativo en Canelones, junto a Montevideo, la policía uruguaya detuvo el paso de una camioneta y encontró, dentro, el Santa Catalina de Bartolomé Esteban Murillo arrebatado al Estévez.

La valiosísima pintura del barroco sevillano del siglo XVII apareció al otro lado del Río de la Plata 35 años después. A diferencia de lo que ocurrió en 1995, la recuperación del Santa Catalina no fue fruto del azar: en octubre de 2018 apareció un sujeto que decía tener información de primera mano sobre la localización exacta del Murillo; los datos y las descripciones que aportó eran verosímiles. Incluso dejó sujeto al éxito de la operación el cobro de una recompensa.

Interpol detuvo el paso de la camioneta en la ruta Interbalnearia, sobre el arroyo Pando. Cinco sujetos llevaban la obra a Punta del Este para venderla.

 
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