Fantasmas en el Museo

 

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La historia de los indígenas que vivieron en los sótanos del Museo de La Plata podría haber finalizado con la restitución de sus restos, pero hay quienes dicen que sus almas siguen allí.

 

mus-laplata.jpgPor Nicolás Colombo, para Misterios de la ciudad de La Plata

30/11/2017
 
Hace unas semanas narré la historia de los indígenas que vivieron y murieron en el Museo de La Plata, a poco tiempo de finalizada su construcción. Días después de ese triste final, los restos óseos se prepararon para poner en exhibición y estuvieron en las vitrinas del museo durante varias décadas. Al ser retirados, se guardaron en cajas en los depósitos del edificio del bosque, en algunos casos sin ningún tipo de identificación.

En los años siguientes varios hechos extraños comenzaron a ocurrir en el museo, los cuales se le adjudican al alma en pena del cacique Inacayal, que sigue deambulando por el edifico donde pasó sus últimos días. Se habla de cajones que se desordenan solos, empleados que sienten un repentino escozor en la espalda, e incluso que algunas noches lo escuchan a Inakayal susurrando y renegando en su lengua. “Muchas veces nos pasa que estamos yendo de laboratorio en laboratorio con otros compañeros y escuchamos que alguien golpea la puerta. Nos vamos a fijar y nunca hay nadie”, manifiesta Roque Díaz, que fue cuidador del museo por muchos años. Díaz también comenta que a causa de estos ruidos extraños durante las noches, cuando había menos iluminación muchos serenos no aguantaron y renunciaron. A veces, al transitar los pasillos del subsuelo se escuchan pasos persecutorios aunque no haya nadie más allí.

“Una vez, cuando no había nadie en el edifico, vino gente de la Fundación Francisco P. Moreno. Ya era tarde, así que les abrí para que hicieran el relevamiento de unos cuadros. Después me fui a la entrada. Al cabo de unas horas, apareció en la puerta un señor que venía a avisarme que esta gente lo había llamado porque se habían quedado encerrados en un laboratorio”. Lo que pasó esa noche fue que la puerta se cerró tan fuerte que trabó el picaporte, aunque nadie pudo explicarse cómo sucedió. El fantasma de Inacayal no era el único Muchos sostienen que los sucesos extraños en el Museo de La Plata son causados por el fantasma de Inacayal, pero al parecer no sería el único que recorre las salas del edifico del bosque.

También se habla de la presencia de “Gabino”, otro de los fantasmas que habita el museo.“Muchas veces, yo estaba en laboratorios con empleados de larga trayectoria en el museo, que además habían trabajado sus padres y abuelos, y escuchábamos que alguien golpeaba la puerta.Nos fijábamos y no había nadie. Entonces todos decían: ‘Pasa, Gabino’. Y si se abrían las puertas y ventanas por el viento o no sé por qué extraña razón, más de uno comentaba: ¡Hoy Gabino anda con todo!” 

Así fue como surgió el mito del espíritu de Gabino, que más tarde se confundiría con el de Inacayal, sin saber si el fantasma era uno solo o dos. Roque Díaz comenta: “La gente, de generación en generación, atribuye las cosas extrañas que suceden a Gabino. Creo que era una persona sigilosa. Que andaba sin hacer ruido. Por eso se dice que abre puertas y ventanas. Pero no creo que haya muerto acá como otros aborígenes de los que sí hay pruebas de que vivieron en este lugar.” Otras personas como el técnico Héctor Díaz, no creen en fantasmas y le atribuyen estos sucesos a la arquitectura del museo: “En estos edificios, sobre todo en la parte de abajo, hay como un microclima que hace que afuera no haya nada de viento, pero adentro sí hay como un movimiento de aire, que es por la diferencia de temperatura. Casualmente, cuando se habla de fantasmas, se dice que se siente un aire por detrás de la nuca que provoca rubor. Y eso es lo que ocurre en el museo.”

Para sumarle más misterio, en 2007 unos obreros que trabajaban en una vieja cisterna del museo hallaron un esqueleto sin identificar detrás de una pared, en un lugar completamente inaccesible. Algunos creen que podía ser una pieza de colección, posiblemente el cuerpo perdido de Gabino, mientras que otros sostienen que no se trata de los esqueletos del museo ya que no tiene ningún número de catálogo.

https://www.eldia.com/nota/2017-11-30-12-14-0-fantasmas-en-el-museo-blog-misterios-de-la-plata


Restitución de los restos de Inakayal

14/12/2014 

Los restos mortales del cacique Inacayal, su mujer y de Margarita Foyel fueron restituidos. Arribaron el martes 9 de Diciembre a la tarde al aeropuerto de Esquel y fueron trasladados a Tecka, donde serán depositados en el Mausoleo que lleva su nombre. 

Aquí estoy en las escalinatas del Museo

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Partida del avion con los restos de Inakayal

 

El fantasma del museo

23/04/201

inakayalEl cacique en sus años de prisionero. Lo separaron de su familia y lo confinaron al sótano del museo.

El fantasma del museo

Desde hace más de un siglo, un espectro recorre los viejos pasillos y laboratorios del Museo de Ciencias Naturales de La Plata: el del cacique tehuelche Modesto Inakayal, apresado por Julio A. Roca en la Campaña del Desierto. Los testigos hablan de puertas que se cierran solas y de lamentos tristes. La historia del indio vencido que junto a otros fue encerrado como pieza viva de exhibición en el museo –donde murió– para aprendizaje de los sabios carapálidas.

Francisco Pascasio Moreno le dio la orden precisa a uno de sus ayudantes:

–Vigílelo de cerca a Inakayal, anda todo el día borracho y perdido, parece un fantasma.

Corría la primavera de 1888 y, tal como lo decía el futuro Perito, el cacique llevaba unas cuantas semanas mirando a la nada. Caminaba encorvado, arrastrando los pies. Hablaba solo y se le caían los pantalones de lo flaco que estaba. Quedaba poco del fiero tehuelche, su espíritu aguerrido lo había abandonado después de ser capturado en la Campaña del Desierto. Y sólo él sabía que su alma en pena deambularía para siempre por su cárcel y su tumba: el Museo de Ciencias Naturales de La Plata.

Con los años, aquello de “fantasma” se volvió leyenda en el museo. Un fantasma al que se le atribuyen portazos, súbito desorden de cajones, escozores sutiles en la espalda. Por las noches se lo escucha jadear, y dicen que el pobre hombre reniega en su lengua. A principios del siglo XX un sereno del museo lo bautizó Gabino, como el indio lenguaraz de Moreno. Pero hay otros que sostienen otra versión, están convencidos de que se trata de Inakayal.

–Muchas veces nos pasa que estamos yendo de laboratorio en laboratorio con otros compañeros y escuchamos que alguien golpea la puerta. Nos vamos a fijar y nunca hay nadie.

Así lo cuenta Roque Díaz, hombre de 74 años y auxiliar en el museo desde los 12. Roque anda por el museo con un jogging negro, el elástico hasta el ombligo y una camisa de jean descolorida.

Aunque está jubilado Roque sigue trabajando en el museo. Con el mate y la radio, se pasa horas en el laboratorio de Antropología Biológica. Es un espacio del subsuelo en el que el aire es una mezcla de formol y cloacas. Entre cráneos numerados y esqueletos embolsados el empleado más antiguo recuerda: “Una vez, cuando no había nadie en el edificio, vino gente de la Fundación Francisco Pascasio Moreno. Ya era tarde así que les abrí para que hicieran el relevamiento de unos cuadros. Después me fui a la entrada. Al cabo de unas horas apareció en la puerta un señor que venía a avisarme que esta gente lo había llamado porque se habían quedado encerrados en un laboratorio”.

Aquella vez el fantasma, indignado seguramente con razón, cerró tan fuerte la puerta que se trabó el picaporte. Lo que han percibido otros es algo así como pasos persecutorios mientras caminaban por el subsuelo.

–Como éste es un edificio viejo –dice Roque–, de noche se escuchan muchos ruidos y el crujir de las maderas hace que uno se asuste un poco. En los años en que había menos iluminación varios serenos no aguantaron y renunciaron.

La mirada científica sobre esta controversia en torno de lo paranormal la aporta el Grupo Universitario de Investigación en Antropología Social (GUIAS). Desde 2006 el equipo trabaja para identificar y devolver piezas humanas pertenecientes a pueblos originarios de Sudamérica. Ellos descubrieron que, a pesar de que los restos de Inakayal fueron restituidos a su comunidad en 1994, el cuero cabelludo y el cerebro permanecían en la colección del museo. A partir de ese momento la leyenda sobre su espíritu cobró otro sentido. La comunidad mapuche-tehuelche reclamó los faltantes al museo para que el alma del cacique descanse en paz junto a sus huesos en Tecka (Chubut), donde fueron enterrados.

–Hemos encontrado también dos corazones disecados. Hay altas probabilidades de que uno de ellos pertenezca a Inakayal. Estamos esperando que nos entreguen las pruebas de ADN para confirmarlo–, dice Patricio Harrison, uno de los coordinadores de GUIAS.

PAISAJE DE TOLDERÍAS. En sus toldos, a orillas del río Limay, Modesto Inakayal era amo y señor. En la Patagonia mandaba el gran Sayhueque, y junto a Foyel eran sus lugartenientes de confianza. Vacas, ovejas y caballos conformaban su riqueza. Convivía con dos mujeres, estaba al mando de 900 hombres, montaba un caballo overo y cazaba ñandúes con boleadoras. El explorador chileno Guillermo Cox lo describió en sus memorias como un hombre de “cara inteligente, cuerpo rechoncho pero bien proporcionado”. No sabía escribir pero entendía el castellano. En términos siempre pacíficos recibía a los científicos y exploradores con manzanas; y a la hora de la cena mandaba a sacrificar a sus mejores animales.

Inakayal jamás imaginó que aquel explorador de anteojos y cara bonachona sería, en pocos años, su carcelero. El primer encuentro con Francisco Moreno se dio en 1879. El trato fue cordial entre ambas partes y hasta se podría decir que entablaron una amistad. Entre 1878 y 1885 el presidente Julio Argentino Roca impulsó la ofensiva militar conocida como Campaña del Desierto. El indio pasó a ser el enemigo del blanco. Y Moreno estaba del lado de los blancos.

Inakayal, junto a Sayhueque y Foyel, cayó prisionero del teniente Francisco Insay en Junín de los Andes, en 1885. Antes de que lo embarcaran con destino a Buenos Aires en el vapor Villarino, el Ejército argentino le robó sus caballos y repartió sus hijos entre las familias de los generales, para que los usaran como sirvientes.

El destino de los caciques fue la isla Martín García. Fueron humillados, vestidos con la ropa que descartaban los soldados, obligados a hachar quebrachos y comer las sobras de la milicia. Sayhueque pudo volver a la Patagonia. Inakayal y Foyel fueron “rescatados” por Francisco Moreno y pasaron a formar parte de la colección viviente –literalmente viviente, aunque fuera una vida de mierda– del museo de La Plata.

LOS CAUTIVOS DEL PARTENÓN. Cuesta imaginar que el edificio con aires de Partenón, ubicado en el centro del bosque platense, haya sido la prisión y la tumba de una decena de indígenas. En el subsuelo, donde hoy funcionan laboratorios y áreas de estudio, estuvieron cautivos “los vencidos” de la Campaña del Desierto. Si bien es cierto que durante el día circulaban libremente por los pasillos del museo, por las noches una pesada puerta de madera se cerraba con candado hasta el amanecer.

Mientras Don Francisco Moreno –como lo llamaban sus empleados– habitaba en el amplio y luminoso segundo piso rodeado de libros y una salamandra para el invierno; los indios “rescatados” por él se amontonaban, con unas pocas frazadas malolientes, en la humedad y oscuridad del subsuelo.

En el mismo lugar en el que recibían una olla de sopa para todos, hombres, mujeres y niños hacían sus necesidades en un rincón. No había forma de salir hasta la mañana siguiente, cuando uno de los empleados del museo les abría el candado. En el listado de prisioneros figuraban Inakayal, una de sus mujeres y su hija; Foyel junto a su compañera y su hija Margarita y Tafá (una alacaluf de Tierra del Fuego), entre otros que nunca fueron identificados.

Cada uno tenía tareas asignadas. Las mujeres se encargaban de la limpieza del museo, el lavado de las ropas del personal y la confección de telares para la venta. Los hombres estaban confinados a tareas más duras como cavar pozos, limpiar los desagües cloacales y trabajar en la construcción del edificio que aún no estaba terminado.

Cuando los científicos lo disponían los indios debían prestarse a ser examinados desnudos, fotografiados durante horas o quedarse quietos frente a un pintor que los retrataba. Era la época de la ciencia en que los sabios blancos medían, tasaban, archivaban todo lo que fuera el Otro. Francisco Moreno mostraba orgulloso su “colección viviente” a los colegas del extranjero, mientras el lenguaraz Gabino traducía la lengua originaria al castellano. La mayoría de ellos, sin chistar, aceptaba los mandatos del director del museo. Pero Inakayal no estaba acostumbrado a recibir órdenes: se quejaba de que los blancos le habían matado a sus hijos, robado sus caballos y arrancado de su tierra.

Al igual que Sayhueque, Foyel pudo regresar a la Patagonia a cambio de reivindicarse como argentino. Se le “cedieron” algunas hectáreas, ya por entonces en manos del Estado. Inakayal, en cambio, se negó a resignar su identidad y siguió en cautiverio.

El antropólogo Herman Ten Kate escribió, en la Revista del Museo (1904), que Inakayal “era reservado, desconfiado, orgulloso y rencoroso. Comunicativo solamente cuando estaba ebrio. Dormía casi todo el día, discutía fácilmente, muy apático y sin ninguna preocupación por su persona”. Estaba claro que el cacique no se sentía a gusto en la galería de exotismos de Moreno.

MORIR SIN MORIR. En 1887 los indios prisioneros comenzaron a morir de manera extraña. El 21 de septiembre murió Margarita. El 2 de octubre, la mujer de Inakayal. El 10, la mayor del grupo, Tafá. Algunos diarios de la época dieron cuenta de estas muertes en cadena. El Eco de Córdoba, asociado a grupos católicos, acusó a Moreno de “caballero de la noche”. Un periódico porteño, L’Operario Italiano, lo cuestionó por no respetar las disposiciones municipales acerca del tratamiento que debía darse a los difuntos. El matutino platense La Capital también menciona la “muerte de una niña india en el Museo”. A partir de este dato el grupo GUIAS está tratando de verificar si uno de los esqueletos pequeños hallados pertenece a la hija de Inakayal.

El cacique tehuelche, uno de los últimos en resistir, veía a diario cómo los cuerpos de su gente eran descarnados y expuestos a los visitantes tras su muerte. Inakayal sabía que corría el mismo destino. La tristeza le había quitado hasta las ganas de dormir. Se pasaba horas mirando los restos de su mujer, exhibida en una vitrina junto a otros esqueletos. Francisco Moreno ya no era el amigo blanco que lo visitaba a orillas del Limay. El saco negro de funebrero y ese pantalón con olor a rancio de tanto orín impregnado distaban mucho del aura combativa que mostraba el cacique en otras épocas. Tenía 45 años, los pelos chuzos y un bigote desprolijo. A su amplia cara morena la atravesaban arrugas taciturnas.

Sin fuerzas y sin alma, Inakayal prefería la muerte. Los inventarios del Museo certifican que falleció el 24 de septiembre de 1888. Algunas versiones hablan de un suicidio, otras que fue empujado por unas escaleras. El naturalista italiano Clemente Onelli, mano derecha de Moreno, dejó asentado que “Inakayal se arrancó la ropa, la del invasor de su patria, desnudó su torso, hizo un ademán al sol y otro larguísimo hacia el Sur, habló palabras desconocidas… Esa misma noche Inakayal moría”. De inmediato su esqueleto fue descarnado y expuesto al público.

ESPERANDO NACER. Tras reclamar durante más de medio siglo, en abril de 1994 la comunidad tehuelche logró que los restos de Inakayal fueran trasladados al valle de Tecka. En medio de actos protocolares, rituales indígenas, discursos políticos en cada parada y cerca del hotel que lleva su nombre, los huesos del cacique volvieron a su tierra. En 2006 el grupo GUIAS comprobó que la restitución fue parcial: faltaban el cuero cabelludo, el cerebro, una oreja y quizás el corazón.

Las comunidades originarias lo calificaron como “una ofensa más a sus ancestros” y llegaron a dudar de que el esqueleto enviado fuera el de Inakayal. Las autoridades del museo dijeron que se trató de un “error administrativo”.

La tradición tehuelche manda que sus muertos deben ser enterrados como si estuvieran en el seno materno, rodeados de los objetos que pudieran necesitar al renacer en otra parte. En épocas remotas mataban al caballo y al perro preferido del extinto. Al lado del cadáver depositaban las armas, los utensilios y el alimento para la hora del despertar. Lejos de estos rituales, el cuerpo del cacique Inakayal fue cuereado como si se tratase de una vaca. Por 120 años su cadáver y su alma no descansaron esperando el renacimiento tehuelche. No es de extrañar que su espíritu deambule por los pasillos de su prisión y su tumba: el Museo de Ciencias Naturales de La Plata.

Francisco P. Moreno, coleccionista de huesos

Francisco Pascasio Moreno, explorador de la Patagonia, científico autodidacta, fundó en 1884 el Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Allí expuso su colección personal de restos óseos: desde huesos de animales prehistóricos hasta los de restos humanos extraídos de cementerios indígenas. En una carta a su padre, en 1875, el joven explorador contó: “Hice abundante cosecha de esqueletos y cráneos en los cementerios de los indígenas sometidos que vivían en las inmediaciones de Azul y de Olavarría y en Blanca Grande. Aunque creo que no podré completar el número de cráneos que yo deseaba, estoy seguro de que mañana tendré 70”.

GUIAS: forenses de la historia

Desde 2006 el Grupo Universitario de Investigación en Antropología Social (GUIAS) trabaja en el Museo de La Plata. Siguiendo el ejemplo del Equipo Argentino de Antropología Forense tiene como objetivo identificar y restituir restos humanos pertenecientes a los pueblos originarios de la Argentina y Sudamérica. En estos dos años de investigación –ad honoren– han reconocido los restos de 35 personas y permitieron que se generaran tres nuevos pedidos de restitución por parte de las comunidades a la Facultad de Ciencias Naturales y al Museo.

A raíz de esta labor Fernando Pepe, Patricio Harrison y Miguel Suárez Añón editaron Identificación y restitución: Colecciones de restos humanos en el Museo de La Plata. Financiado íntegramente por los autores, el libro es la síntesis de 10 mil fotos y la revisión de más de 200 publicaciones que se hallaban en el Museo desde la época fundacional. A partir de esta tarea, el grupo GUIAS logró reglamentar que para estudiar los restos humanos identificados y pertenecientes a pueblos originarios se debe contar con el expreso consentimiento de las comunidades interesadas.

Agregado de http://www.criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=14771

http://cayu.com.ar/index.php/2007/04/11/el-cacique-inakayal-muerto-en-el-museo-de-ciencias-naturales-de-la-plata/


El Cacique Inakayal muerto en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata

11/04/2007 

Inakayal sentado en el piso junto a su mujer para ser pintado (pintor al fondo) en una de las salas del museo de Cs. de La Plata donde estuvo recluido hasta su muerte catalogada como suicidio.

«.La causa de muerte de Inakayal nunca fue clara. El secretario de Francisco P. Moreno, Onelli, relata que el cacique presintiendo su muerte realizó un ritual en las escaleras del Museo donde se desvaneció, dice Pepe.
..El secretario de Francisco P. Moreno, Onelli………… contradice que es más probable que se haya suicidado ante el tormento diario de ver expuestos los restos de sus seres queridos en las vitrinas del Museo. Mas de mil cráneos y 80 esqueletos armados, entre ellos el de su mujer que también murió en el museo un año antes. (Ver foto de abajo)
Pero el investigador tampoco descarta que haya sido empujado por las escaleras al desnudarse en público. Su duda tiene fundamento. El antropólogo Ten Kate describe el esqueleto: Los huesos de la nariz estaban quebrados por una caída o un golpe, también le faltan varios dientes.

Hace unos años econtraron el cuero cabelludo y el cerebo en formol de Inakayal en el museo

Gracias a Marcelo G. Bormioli.

http://cayu.com.ar/index.php/2007/04/11/el-cacique-inakayal-muerto-en-el-museo-de-ciencias-naturales-de-la-plata/


Restos humanos en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata

05/12/200

Hace poco llego a mis manos una publicación muy interezante sobre hechos aberrantes que ocurrieron en la ciudad de La Plata, es de la Publicación La Pulseada.

Número 43 – septiembre 2006

Restos humanos en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata

TROFEOS DE GUERRA

Muchos fueron saqueados de cementerios indígenas. Otros corresponden a víctimas de la “Campaña al Desierto” o fueron asesinados por expediciones organizadas desde el propio Museo. Algunos estuvieron cautivos, fueron vejados y murieron en el edificio del Bosque platense. Más de un siglo después siguen allí, expuestos al público o a los investigadores, en lugar de volver a su tierra. Poco a poco surgen voces críticas que reclaman una reparación hacia las víctimas del primer genocidio cometido por el Estado nacional.

Por Daniel Badenes

“La diferencia entre este museo y la ESMA es que acá quedó todo registrado”, provoca el fotógrafo y estudioso de culturas indígenas Xavier Kriscautzky desde el subsuelo del monumental edificio construido en el Bosque a poco de la fundación de La Plata. La comparación con el prototipo de los campos de concentración que la última dictadura cosechó por centenares suena arriesgada, aunque tiene asidero. En ese mismo sitio restringido al público del prestigioso Museo de Ciencias Naturales, en cuyos pasillos se respira el aire nauseabundo de los ineficaces desagües cloacales, estuvieron cautivos aborígenes capturados durante la conquista de aquello que Julio Argentino Roca llamaba “el desierto”, en la operación militar que significó el primer genocidio perpetrado por el Estado argentino.

Aún yacen ahí, entre cajones de madera arrumbados en sucios depósitos, los restos de caciques reclamados por sus comunidades de origen, entre unas diez mil “piezas” humanas que el museo platense cuenta entre su patrimonio. “Así como hay colecciones de mariposas y langostas, aquí se coleccionó gente”, afirma Kriscautzky, profesional del Departamento de Fotografía Científica del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).

“Tienen una deuda con todos nosotros que es histórica, moral, espiritual”, acusa Victorina Melipan Antieko, cacique de una comunidad mapuche-tehuelche de Villa Elisa que recibe el nombre “callvu-shotel”. Significa “flecha azul”, que es el color sagrado. “Antiguamente, nuestros mayores usaban la flecha como herramienta para cazar, para subsistir. Luego la usaron como un arma de guerra, para la defensa. Hoy por ho

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