Tallas y pinturas producidas en la ciudad de Buenos Aires en la época colonial sobrevivientes del fuego de la violencia política de 1955 fueron rescatadas del olvido y se exhiben en los nuevos espacios que abrió anteayer el Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco. En verdad, son parte del patrimonio de esa sala porteña desde la década del 70, cuando fueron compradas la mayor parte de las piezas a los dominicos por el entonces director, Héctor Schenone. Pero nunca hasta ahora habían sido restauradas e integradas a la exposición permanente.
Schenone, fundador de la cátedra de Arte Colonial y de la carrera de Historia del Arte en la Universidad de Buenos Aires, había relevado los bienes artísticos en conventos, monasterios y templos pocos años antes del ataque peronista a las iglesias, que terminó con cerca del 70% de esos bienes. A fines de los años 60, cuando asumió la dirección del Fernández Blanco, propuso a obispos y religiosos comprar las obras en desuso. Los dominicos fueron los más solícitos y hoy este museo tiene una de las colecciones más importantes de arte colonial en torno a figuras centrales de la historia de América latina.
“La idea curatorial de Schenone fue brillante. Ahora se verifica una suerte de continuidad de una buena idea de gestión que algún tiempo después otra gestión logra concretar”, dijo a LA NACION el director actual, Jorge Cometti, anteayer, durante la inauguración de cuatro nuevas salas en el Palacio Noel.
A escasos metros de donde funcionó la embajada de Israel destruida por el atentado de 1992, el edificio de Suipacha al 1400 es la sede del Fernández Blanco destinada al arte colonial; la otra sede, en el barrio de Monserrat, está dedicada al arte de los siglos XIX y XX.
La fachada de Retiro fue incorporada al programa de puesta en valor que el Ministerio de Ambiente y Espacio Público porteño realizó en la zona. Y desde hace pocas semanas luce con la misma hispana elegancia con la que la construyó el arquitecto Martín Noel, en 1923.
Las nuevas salas de exposición permanente ocupan unos 400 metros cuadrados en el subsuelo del pabellón principal del museo y la construcción conocida como “la capilla”, separada de la vivienda por el hermoso jardín. Gustavo Tudisco, curador del museo, recordó que Noel construyó ese sector como una capilla para respetar el plano normal de una casa hispana en América (todas tenían una capilla u oratorio), pero le dio otros usos. En el coro tenía su estudio y en la nave, la sala de estar.
El nuevo guión museográfico tituló la muestra montada en la recepción, coro y nave de la “capilla” con las palabras con las que Santo Domingo de Guzmán, fundador de la orden de predicadores dominicos, definió el arte: “Integridad, proporción y brillantez”. Allí se exponen obras que pertenecieron a esos religiosos, como tallas de Esteban Sampzon, según Tudisco, “nuestro primer imaginero”. Y otras de particulares, como la magnífica Aureola de Santo Domingo, de José Boqui, prestada por la familia Schenone. Hay imágenes de Santo Tomás de Aquino, Bartolomé de las Casas y de fray Luis Beltrán. También de Santa Rosa de Lima, patrona de América latina, de cuya muerte se cumplen cuatro siglos la semana próxima. “Como museo de arte hispanoamericano, para nosotros es muy importante porque Santa Rosa nace en América y genera aquí su propia iconografía”, explica Tudisco.
A esas salas se suman otras dos con objetos de platería, herrería, luthería, armas y vestimentas que rinden homenaje a los primeros gremios registrados en el virreinato: “Con el sudor de sus rostros. Artesanos y gremios en el Río de la Plata”.
Todas las piezas, unas doscientas, fueron restauradas por el equipo del Fernández Blanco, en una tarea financiada por la Fundación American Express, que aportó 45.000 dólares, que también cubrieron la adaptación de los dos nuevos espacios de exhibición.
Durante la inauguración de las salas, el director de Museos, Patrimonio y Casco Histórico del Ministerio de Cultura porteño, Guillermo Alonso, señaló el Fernández Blanco como “el primer museo de la Argentina que vio e instaló la importancia de la museografía y el diseño”. Y prometió continuar con las restauraciones pendientes en las fachadas internas y el jardín. “Que así sea”, se oyó decir por lo bajo a uno de los empleados del museo.
Por: Silvina Premat