En la pujante y bohemia Buenos Aires de 1900, entre arrabales tangueros e inmigrantes burgueses, florece en la urbe un movimiento artístico europeo, el “art nouveau”, que, con una marca identitaria propia de Argentina, sobrevive hoy en infinidad de fachadas como registro del esplendor de otros tiempos pero también como objeto de culto entre multitud de apasionados.
La carismática confitería “El Molino”, antigua sede de las más intrincadas reuniones parlamentarias por fuera de las paredes del Congreso nacional, la casa de “Los lirios”, el Club Español y la casa Calise entre tantas otras, son las caras de un estilo que a principios del siglo XX se replicaba por una metrópoli que intentaba jugar en espejo con las capitales europeas. El estilo no solo abarcó la arquitectura, sino las artes en su conjunto, el mobiliario, la ropa, los utensilios diarios, y un largo abanico de objetos.Una nueva y creciente burguesía, conformada por inmigrantes que habían triunfado económicamente en el país en menos de una generación, fue la que encontró en esta expresión artística una manera de representar el éxito obtenido.
En oposición al estilo academicista reinante, el “art nouveau” o arte nuevo, con sus formas en látigo, motivos de la naturaleza, figuras femeninas y la jerarquización de las artes decorativas, irrumpió para mezclarse con todas las tradiciones estilísticas y arquitectónicas clásicas que impregnaban la ciudad.
EXPRESIÓN ARTÍSTICA DE UNA CLASE SOCIAL EN ASCENSO
Willy Pastrana, presidente de la Asociación Art Nouveau Buenos Aires, una agrupación de particulares que trabaja desde hace siete años para “revitalizar y revalorizar” las expresiones del movimiento, señala que este era visto como “algo de vanguardia y de nuevo rico” y que la tradicional clase alta detestaba.
“En los artículos de los diarios lo llamaban el ‘estilo fideo’ y ‘cómo esa barbaridad, cuando podamos lo vamos a tirar abajo'”, asegura que esa era la reacción de las clases más acomodadas.
En contrapartida, la nueva burguesía contrató a los mejores arquitectos europeos para hacer “edificios maravillosos” que representaban el progreso de una época -su época- en una Argentina que era potencia económica.
LO RELEVANTE ERA LA RENTA
Quienes financiaban las obras, industriales, bodegueros y comerciantes, si bien disfrutaban la fama cosechada como dueños de edificios con fastuosas fachadas, daban mayor relevancia a la obtención de ganancias. Es por ello que en Buenos Aires el “art nouveau” es esencialmente un elemento decorativo para el exterior de los edificios, por lo que la libertad creativa de los arquitectos -aunque amplia- estaba orientada mayoritariamente a la ornamentación y no a diagramación de los espacios.
Sin embargo, el espíritu apasionado de los profesionales lograba colarse y aun en las construcciones más conservadoras de la época, pueden observarse elementos del movimiento.
“Es el caso del Congreso nacional, un edificio neogrecorromano clásico pero la cúpula es “art nouveau”, ejemplifica el presidente de la asociación.
EL ECLECTICISMO COMO CARACTERÍSTICA
En el país son diversas las fuentes estilísticas del movimiento que prosperaron, de Italia; del “modernismo” catalán; del “art nouveau” francés y belga; del “arts and craft” inglés; del “jugendstil” o “art nouveau” austríaco y alemán.
“Como todo lo que ocurre en Argentina, hay una mezcla de estilos en estos edificios, pero realmente es lo lindo”, señala Pastrana, quien subraya que por su diseño detallista se puede reconocer “cada hojita, cada planta, cada flor y las expresiones de la mujer”, o las líneas rectas y la geometría en el “jugendstil”.
“Era revolucionario absoluto para la época, en 1910 tener un edificio con formas rectas y líneas verticales era todo una novedad”, asegura.
PROTECCIONISMO Y PROMOCIÓN
La Asociación Art Nouveau es un grupo de ciudadanos que se apoderó de su patrimonio impulsando acciones para que se “revitalice y revalorice”.
“Costó mucho que se le diera consideración al movimiento (…), durante muchos años no fue bien visto, era un poco exótico, un poco ridículo y un poco cargado”, señala su presidente.A pesar de ello, según cálculos de la agrupación, han sobrevivido unos 300 edificios entre casas, comercios e industrias, algunos mejor conservados, otros en restauración, como la célebre confitería “El Molino”, ubicada frente al Congreso nacional, institución que compró la centenaria propiedad y la está recuperando con el asesoramiento de la asociación.
Como parte de la promoción y protección del “art nouveau”, la asociación no solo colabora en la restauración de edificios notables, sino que organiza cursos y recorridos guiados, fomenta la docencia sobre el tema, el intercambio cultural, y el turismo patrimonial como fuente sustentable.
“Ahora por fin, gracias a nuestra labor, porque nosotros hace seis, siete años que estamos trabajando en serio, el ‘art nouveau’ se ha tomado en consideración”, celebra.
Tomado de: https://es-us.noticias.yahoo.com/art-nouveau-fachada-%C3%A9pico-esplendor-170800638.html